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Memoriasencadenadas

20 de mayo de 2010

El Quinto Tipo

Esta es la versión corregida y bien hecha y pensada de "Justicia Enjendrada Por Odio" (¿opinan que debería quitar la versión vieja?). Espero que les guste más. Pronto habrá nuevas republicaciones. ¡Comenten!



El Quinto Tipo



Para mí, hay cinco tipos de individuos en este mundo.
Están aquellos que creen que jamás podrían lastimar ni a una mosca, mucho menos asesinar a una persona. Esos que creen que la vida es lo más precioso que existe y que, sin embargo, jamás han enfrentado una situación que les orille a pensar en asesinar.
Acto seguido podemos encontrar al segundo grupo, el que cree que mataría a alguien dándose  las circunstancias, valga la redundancia, de vida o muerte. Estos son lo suficientemente maduros para aceptar sus errores pero evitan el acto mencionado.
El tercer grupo es de temerse, son los que saben poder matar y que seguramente lo han hecho, aunque no lo presuman. Este grupo es más reducido que los anteriores, pero también muchísimo más peligroso.
Un cuarto grupo de individuos del que les hablaré, tiene una existencia que se reduce a la casi nulidad, y que si se le pregunta a cientos de personas distintas sobre la existencia de estos, afirmarían con certeza que no puede haber cosa tal. Estos prospectos han no sólo desarrollado la capacidad de arrancarle la vida a un hombre, sino que se ha vuelto vocación suya. Van por lugares precisos arrebatándoles la vida a los cuerpos que ya no la pueden sostener. Normalmente se les pinta con un hábito negro y una gran guadaña en una mano, con alas o sin ellas, siempre esqueléticos. Pero yo les aseguro que no son como se les pinta y que, a diferencia de la creencia popular, existen y deambulan entre los transeúntes comunes, y que al igual que ellos, poseen carne y piel.
¿Cómo es que puedo asegurar que estos últimos entes, normalmente apreciados de maneras malévolas y temidos por las masas, existen entre la gente, y que no conformes con ello llevan aparentes vidas normales?
La respuesta es muy sencilla. Mi esposa Helena era una de ellos.
En una ocasión, llegué a mi hogar, tan cansado del arduo empleo que tenía, que lo único que deseaba era recostarme. No había nadie en casa, por lo que me quité los zapatos y el traje y lancé mi cuerpo de ladrillo a la cama. Dentro de la cegadora bruma del sueño (no sé cuánto tiempo dormí, pero al despertar ya era de noche) pude distinguir un disparo, que me despertó atolondrado. Me paré asustado del lecho y salí de la casa.
Tontamente, aunque sin cometer error, fui directo a la casa de Martha, la vecina de la casa de enfrente, sin llamar a la policía. La puerta estaba abierta, y justo en uno de los sillones verdes y anticuados donde su gato solía recostarse, la señora Martha yacía con la mitad de la cabeza aún adherida al cuello y la otra mitad esparcida vigorosamente en la cortina, en el suelo y por doquier. A sólo centímetros de ella y tomándole la mano estaba mi esposa.
-¡Helena! –Exclamé nada discreto al verla. Ella dejó caer la mano de mi vecina, de la cual a su vez, cayó un revolver. Se viró con rapidez al escuchar mi voz y palideció.
–Te juro que no es lo que pa… –comenzó instantáneamente, aunque no era la frase más acorde al momento.
–¿No? Entonces… ¿Qué es? Mataste a… –Escupí respirando entrecortado. Recordé los programas de televisión en los que se hace que un asesinato parezca un suicidio.
–Tienes que confiar en mí. Yo no la maté –aseguró. Mi esposa jamás ha sido mentirosa, e incluso en los momentos más difíciles he confiado en ella y todo ha resultado bien, por lo que salimos “disparados” de la escena.
Ella explicó brevemente su peculiar situación. Dijo que al transcurrir los años, había desarrollado esa habilidad que le permitía saber cuáles personas iban a morir y, a veces, cómo y en qué momento, al menos de las muertes más próximas.
Como era de esperarse, no le creí. Me pareció un acto absurdo tomar sus palabras como verídicas sin prueba alguna, además de que sería ridículo dejar que una asesina a sangre fría (yo pensaba que lo era) siguiera educando a mi único hijo, Darío. Luego de hacerle evidente mi incredulidad, me llevó a comprobar su poder, antes de que la situación se convirtiera en algo más incómodo.
Me llevó al centro a que presenciara un accidente de autos. Ella describió las personas que morirían, junto con sus nombres y sus formas de morir. La exactitud fue del cien por ciento. Luego de la enorme impresión, me sentí me sentí muy confundido, pero decidí aceptar lo que me decía. Fue muy difícil porque cada día que pasaba me acostumbraba más a la idea de que mi esposa fuera un un poco más a la idea, me decía o mostraba algo que me hacía estremecer y tener aún más dificultad para creerle.
Al año siguiente, en la fiesta de cumpleaños de Darío, mi esposa me sorprendió con la noticia de que Darío tenía la misma habilidad. ¡Dos ángeles de la muerte bajo mi techo!
Lo peor fue que Helena podía corroborar todo lo que decía Darío, ella ya llevaba la experiencia… Fue extraño el tener que explicar, en meses futuros, la razón por la que Darío no podía asistir a la fiesta de cumpleaños de uno de sus amiguitos (cuando estaba cerca la muerte de su padre), pero más difícil fue aún el explicarle por qué es más fácil para las personas vivir sin saber cuándo morirán.
Un día esas preocupaciones desaparecieron, una semana antes del viaje, cuando entré al cuarto de Darío y estaba muy triste.
–Mamá morirá –soltó al instante de verme y me abrazó. La noticia fue como atragantarse con un leño en llamas.
No podíamos extinguir la tristeza ni sacarnos la idea de la mente. Le cuestioné a Helena sobre la existencia de alguna alternativa. Le pedí que hiciera lo posible por cambiarlo. Pero ella siempre decía “La muerte llega cuando es necesario”.
–Si pudieras hacer cualquier cosa en la tierra. Lo que fuera. ¿Qué harías?
–Venecia, siempre quise morir en Venecia –contestó con una sonrisa falsa.
Reservamos los boletos de avión y hotel lujoso. El dinero no nos importó en ese momento y decidimos hacer un largo viaje, no sabíamos cuándo sucedería, pero queríamos, o al menos yo quería, satisfacer su deseo. A partir de entonces empecé a sentir ese manto de incertidumbre, ambos sabían quién moriría, sabían que ella moriría y sabían quizá si moriría alguno de los que pasaban junto a ellos en la calle…
El primer día fuimos a conocer lugares famosos de la ciudad. Todo fue fantástico. “Las calles son de agua. Como dijo mi maestra” repetía Darío con frecuencia. Yo estaba feliz de disfrutar un último viaje, pero escuchaba los pasos de la muerte detrás de mi mujer.
Y entonces sucedió. Estábamos justo a punto de subir al puente Rialto, que cruza el gran canal de Venecia. Darío corrió emocionado. Entonces Helena me miro severa y me dijo que tenía que decirme algo.
–Dime –repuse sin imaginar lo que diría.
–Te amo…
–Y yo a ti – le contesté como siempre.
–Nunca lo olvides –dijo antes de besarme–, cuida a Darío.
–¿Es aquí? –me sobresalté. Ella sólo se encogió de hombros y fue a donde Darío a tomarse fotos en la parte más alta del puente.
Mis ojos se sintieron pesados en ese instante. El aire se enfrió dentro de mis pulmones. Todo mi peso pareció duplicarse. Mis músculos se trabaron y una lágrima que había escondido desde enterarme saltó de mi ojo. Mi respiración se agitó y el corazón me empezó a latir muy rápido. Mi mente no daba crédito a lo que me había sugerido Helena. Lo podía escuchar, pero alejado. Todo el movimiento de la gente, que había alrededor, de pronto desapareció y mi mundo cayó destrozado.
-¡Mamá! –Escuché a Darío gritar asustado. Mire hacia el puente y solo vi al asustado niño y a un público mirón asomarse por la borda. El frío pensamiento de Helena cayendo me sofocó, y los murmullos de la gente sólo lo confirmaron. Una embarcación pequeña iba pasando por debajo del Rialto, la cabeza de Helena golpeó un barandal. El río enrojeció.
Los siguientes días fueron de visitas diarias al hospital de Venecia. Darío estaba muy triste. Lo único que me decía cuando me dirigía la palabra era “¿Por qué papá?” O “¡Quiero ir a casa!” Lo cual me hacía sentir más culpable aún. Él ya lo sabía, pero no tenía que vivirlo así…
Después de unos días, firmé los papeles para que fuera desconectada de los aparatos y regresamos a nuestro hogar.
Al principio les anuncié que para mí, hay cinco tipos de personas en el mundo. Pero solo les describí a cuatro de ellas. La razón es que el quinto tipo de individuo no se encuentra con facilidad entre nosotros, a diferencia de todos los demás. Este tipo de personas son las que, como yo, han pasado a ser desde el primer tipo de persona, ese que no cree poder matar a nadie ni aunque sea obligado a hacerlo, hasta el quinto tipo de persona, que desconecta la vida de las personas de su cuerpo cuando les llega la hora de morir.

22 de marzo de 2010

Palabras Rojas En Espejo

A raíz del dolor y la queja de Rapil (si no Ralip no sabe que es Ralip, le encargo, a quien sí sepa, que se lo diga) sobre que ya no estaba publicando. Me hice un espacio. Está simple, pero tiene su contenido. Ojala lo aprecien y comenten (el comentario de Ralip no está a discución).

Palabras Rojas En Espejo

Y en un último deseo,
cae dormida la sonrisa.
Es mi sangre la que brota
del dolor de estas, tus venas.

La fatiga de lo eterno
ya no sabe tan amarga,
y un destino solitario,
para ti, yo estoy dejando.


Felices vacaciones y un tú sabes que es un regalo para ti.

9 de febrero de 2010

Buenas Noches

Salvador Padilla Rangel


Buenas Noches


El tic-tac del reloj no lo dejaba dormir, encendió la lámpara de su buró y se incorporó. Buscó cigarrillo y algún fósforo en el cajón. Luego vio la foto a través del humo.

–¿Sabes? No puedo dormir –susurró a la fotografía.

Sacó un cenicero del mismo cajón y lo puso en su pierna. Miró la ventana como pensando qué decir.

–Tal vez te parezca algo loco, pero quizá si hablo contigo pueda… dormir. Aunque no estés aquí. Pero ¿qué decirte?, sabes que no soy bueno iniciando conversaciones. Para empezar ni aceptabas que fumara… –le dio un par de toquecitos al cigarrillo sobre el cenicero– supongo que no te gustaba por la peste, la salud y esas cosas… era molesto pelear contigo por el cigarro. Te ponías histérica cuando me veías.

Oyó un automóvil pasar por su calle, cerró los ojos para escuchar, quizá para huir de un par de lágrimas. Respiró profundo y escuchó el silencio consecuente al ruido de motor. Se sintió cómodo dentro de ese silencio, un silencio suave y arrullador, una invitación a dormir. Él sabía que la razón del insomnio estaba dentro de él, no afuera. Ni la cama, ni ruido, ni luz, ni temperatura. Tomó la foto y la acercó a su rostro para verla más de cerca, la escudriñó de arriba abajo y rascó un poco un lado donde había una mancha.

–¿Te acuerdas de Melisa? Nunca te cayó bien –rió– siempre decías que era una reventada. Y qué razón tuviste. La primera vez que vino rompió uno de los vasos, y te diste una enojada… “los vasos de mi boda” –dijo fingiendo voz de mujer– y ella se puso toda roja y no quiso volver ese día, ¿te acuerdas?

Un largo espacio vacío, dejó que las palabras fueran escuchadas por ese silencio, como si esperara una respuesta de alguien que lo estuviera escuchando detrás de la puerta. Fumó un poco más mientras esperaba.

–¿Sabes qué nunca entendí? –preguntó interrumpiendo su propio silencio– ¿Por qué no querías que fuera a la boda de Mary y Pepe? Digo, eran buenas personas, amigos desde muchos años y los conocías muy bien, ¿por qué te empeñaste en que no fuera? Supongo que nunca lo sabré porque… –dudó, se le trabaron las palabras en la garganta y bajó la mirada, respiró profundo con los ojos cerrados y se aclaró la garganta.

–Ay y tu afán de que yo no fuera taxista. Deberías intentarlo alguna vez, conoces gente de todo tipo, todos los lugares, los hoteles, cada conversación común y hasta la más extraña, comienzas a ver diferente a las personas, de pronto ves a alguien y dices ah, este es así y aquél de otra manera y segurito que el de atrás hace esto otro. Y bueno, uno siempre se queda con la duda de si todo lo que intuye es cierto, pero no deja de ser divertido. Y te digo, se sube cada gente...

Volvió a mirar la foto y la acarició. –Ya me enteré de lo de Julio, me dijo mi tía Socorro anoche en el sepelio… –tragó saliva y se calmó de nuevo. Se propuso mentalmente que en esa conversación no debía haber llanto, se dijo que ya había llorado bastante y no se permitiría arruinar un momento calmado y ameno por un par de lágrimas.

–Ah, me hiciste la vida de cuadritos en tantas ocasiones… –mencionó enfatizando el “tantas”– te encantaba, no te hagas. Nada más esperabas el momento preciso para soltar la palabra más inadecuada, siempre que podías me salías con lo del matrimonio, que la renta, que si soy un flojo y que si… –se detuvo pensando y luego habló para sí– ya, bájale.

–Anoche cuando… no sé, ni para qué te lo digo. La verdad estaba como ido, como en shock, así como zombi. Pero pues… ya ves lo que es ver reunida a toda la familia, todos llorando y los abrazos y luego acercarse juntos a ver la caja… no vaya a ser que si va uno sólo le brinques encima ¿verdad? –soltó bromeando, se rió un poco y notó que su cigarro estaba ya casi completamente consumido. Repentinamente su escudo de broma y valor se rompió otra vez.

–La verdad es que a veces me caías muy mal pero, ni quién se acuerde, sólo yo porque quiero estarte molestando ¿no? Pero la vedad q-qué no daría porque estuvieras aquí… haciéndome la vida de cuadritos.

Dejó caer una lágrima al parpadear y con ella, todas las demás, que se escondían en sus ojos, comenzaron a salir como agua contenida de una presa. Puso la foto boca abajo en el buró y el cenicero encima, apagó la luz y se recostó de nuevo. El silencio no parecía igual, ya no estaba tan cómodo como hacía sólo segundos. La idea de la soledad llenaba la habitación de un silencio frío e imponente. Se sintió un poco atrapado en sí mismo, enredado en sábanas y pensamientos, un poco incómodo, un poco solo. Al final siempre la había tenido a ella y ahora ya no era así.

Pronto paró el llanto y se quedó pensando, ahora sintiendo que podía platicar con ella cuando quisiera, no sólo cuando ella tuviera la oportunidad, eso le consoló un poco y le animó a tratar de dormir. Se frotó los ojos y asomó la cabeza al buró.

–Buenas noches mamá.

8 de febrero de 2010

Perdido

Perdido




Sentido

~ya no hay.

Ya no sé

~lo que será.