Bueno… Este texto puede ser extraño… empezando porque no lo titulé de ninguna manera, y porque tampoco titulé las partes. Este texto es producto de ciertos eventos que se han desencadenado últimamente y que han influido mi vida de una forma u otra, tal vez para varios de los lectores no encuentren el más mínimo sentido en los sucesos o no tengan importancia… Pero no me interesa, escribo para mí y no para ustedes.
1
Este es un sueño (sólo esta parte “
-¡Despierta! –gritó alguien golpeándome el pecho con ambos puños. El grito y el golpe me levantaron y despertaron, e instantáneamente me incorporé. Tres personas había en la habitación, a ninguna de las cuales conocía. Era una habitación como de seis metros por tres, sólo una ventana junto a la puerta, las paredes eran de dos colores: gris arriba verde hospital abajo. Había una cama (donde estaba yo acostado), una mesa cuadrada junto a una silla en la que había un individuo, otro individuo estaba recargado en el delgado fragmento de pared entre la ventana y la puerta mirando hacia fuera, la tercera persona (mujer) estaba junto a la cama, incorporándose después de haberme golpeado.
-¿Qué pasa? –Pregunté exaltado. Por alguna razón sabía sus nombres y sus formas de ser, pero jamás los había visto antes (Es una lástima que los olvidé cuando desperté, porque como dije antes solo fue un sueño)
-Tenemos que encontrar el objetivo antes que el otro bando. –Dijo con rapidez el hombre recargado en la pared, que tenía la mirada perdida.
-¿Qué buscamos esta vez? –Pregunté mirándolos a todos.
Se produjo un silencio incómodo.
-Aún no tenemos idea. –Dijo concretamente el hombre en la silla sin mirarme.
-¿Por qué me trajeron? –Exigí saber.
-Ya hemos perdido a muchos y necesitamos que alguien les de un escarmiento.
-Arréglenselas sin mí. Yo ya no estoy en el negocio.
-¿¡Negocio!? –Gritó la joven parada junto a la cama de la cual yo aún no me separaba. -¿Tu crees que estoy aquí porque es negocio? ¡¿Crees que quiero hacer esto?!
-¡Cálmate! –Ordenó el hombre desde la puerta. –Ya llegaron, están en la biblioteca.
En ese momento, y como llegué a ver en innumerables ocasiones durante mis viajes, una tormenta intoxicada con viento y arreciada por frío comenzó a golpear el suelo.
-¡Toma! –Exclamó el hombre de la silla poniéndose de pie y lanzándome una nueve milímetros, la cual caché y amartillé, antes claro revisando que estuviera llena de plomo.
Los tres individuos salieron corriendo de la habitación. Yo me puse de pie y reflexioné un momento sobre lo que sucedía. No recuerdo a la conclusión a la que llegué, pero salí corriendo tras ellos.
Me encontré en el pasillo del segundo piso de un edificio de dos pisos. Edificio de rasgos coloniales pero con muchos arreglos y objetos novedosos. Como un edificio en un campus universitario. Tenía un patiecillo en el centro y por ello se podía ver que su forma era como un rectángulo sin uno de sus lados cortos y sin nada al centro. Por el espacio que quedaba sin edificación se podía ver un bosque.
En el mismo segundo piso pero del otro lado del edificio, vi corriendo a los tres individuos de la habitación. Corrí tras ellos y hasta entrar a una puerta sobre la cual una placa con la leyenda de “Biblioteca” se daba a notar. Me detuve y eché un vistazo. Los tres individuos estaban hablando con otros tres. Algo en mi interior me impidió ir a escuchar, y en lugar de esto di media vuelta y regresé por donde vine.
Al llegar a la abierta puerta de la habitación en la que había estado, vi a una joven muy guapa que estaba asomándose por la barda, que emulaba un barandal, frente a la puerta de la habitación. Me dio curiosidad por saber que estaba viendo. Me asomé a su lado y no percibí nada fuera de lo común, sólo la escalera recta que era paralela al pasillo. Así que pregunté.
-¿Qué estas viendo?
-¿Por qué la gente existe? –Respondió inmediatamente. –El mundo estaría mejor sin las personas.
Me asombró su respuesta. No dije nada y solo reflexioné sobre lo que había dicho mirando el vacío.
-Amia –Espetó la joven mirándome.
-¿Mande?
-Me llamo Amia. –Repitió. Escuché el nombre y me sorprendí mucho.
-Hay un personaje, en un texto que escribí, que se llama como tú.
-Que curioso. –Dijo y luego rió.
Luego comenzamos a conversar. Y conversamos largo rato, sobre porqué es el fuego rojo y no azul y el hecho de que el color de los ojos dice mucho del destino de las personas. Esa parte del sueño es algo borrosa.
Repentinamente un disparo preveniente de la biblioteca nos asustó, acto seguido, un hombre desconocido salió de la biblioteca y señaló hacia nosotros.
-¡Allí está! –Masculló. Giré para mirar a Amia, pero una luz cegadora luz que le surgió del pecho me cambió el rumbo de la mirada. Pronto supe que el objetivo era ella. La tomé del brazo y tiré de ella hacia abajo mientras me agachaba. Saqué la pistola (la cual sorprendentemente no se disparó, pues no recuerdo haberle puesto el seguro) y apunté a la esquina del pasillo. No podían vernos, la corta barda nos escondía, cuando alguien asomara la cara dispararía. Y así fue, el primero cayó de bruces tras el disparo en el pie, y luego el remate en la cabeza. Estaba muy lejos así que fue una suerte acertar. Amia gritó.
-¡Corre al cuarto! –Le grité empujándola hacia la puerta abierta. -¡Cierra la puerta! –Ella obedeció y al instante una bala penetró mi brazo izquierdo. Un hombre acostado en el suelo me había disparado. Contesté el fuego, no se si murió, pues casi instantáneamente Amia se puso gritar desde la habitación, y logré escuchar la voz de un hombre también. Disparé a la perilla y derribé la puerta de una patada. Un hombre se la estaba llevando por el otro lado. Le lancé el arma (No pregunten, en la realidad no desperdiciaría tantas balas) y este calló al suelo. Le di dos golpes en la cara y quedó noqueado. Me volví y Amia estaba corriendo hacia el pasillo.
Salió al pasillo y miró asustada a su izquierda. El ruido proveniente de un disparo se detuvo a la mitad. La bala estaba suspendida frente a su cara. No podía creerlo. Solo en leyendas había escuchado de personas que pueden manipular el tiempo.
La bala siguió su curso pero ella ya no estaba allí. Corrí hacia el pasillo y pude ver como corría en el piso inferior a través del patio.
Salté a la escalera y después al suelo. Una bala pasó zumbando por mi oído y me di cuenta de que no tenía con que defenderme. Miré a mi alrededor y no pude encontrar a Amia. Me escabullí tras un pilar y desde allí vi, por una ventana, a la joven que me había despertado. Me hizo una seña de ir con ella y de un salto llegué allí. Estaba ella y el individuo que estaba recargado en la pared.
-¿Dónde está…? –Comencé.
-Le dispararon en la biblioteca. –Contestó la joven.
-¿Dónde esta ella? –Preguntó él.
-Repentinamente desapareció.
-¡¿Qué?! –Gritaron al unísono, ambos enfurecidos.
La puerta estalló en pedazos en ese momento. Entró una cadena a la habitación y se enterró en el hombro del tipo, luego lo lanzó hacia fuera con un tirón. La joven y yo salimos disparados por la destrozada puerta y vimos a un muy grande hombre con una bolsa de tela negra en la cabeza, como de verdugo, jugando con el cuerpo vivo del que había estado, hacía solo un momento, preparado para gritarme.
Ambos comenzamos a correr hacia el bosque. Y mientras cruzábamos el patio, logré identificar a Amia en el borde entre el edificio y el bosque haciendo señas de que la alcanzáramos. Un disparo le dio en el centro del pecho y la derribó. La joven, que corría junto a mí, señaló algo hacia mi izquierda, pero antes de que las palabras salieran de su boca, cayó al suelo. Me detuve y presencié como, la misma cadena que había tomado al otro hombre, la jalaba a ella en esta ocasión, el verdugo había corrido tras nosotros.
Casi me resbalé por el piso mojado pero seguí corriendo a pesar de que ella comenzó a gritar. Su gritó se terminó abruptamente con el sonido de huesos rompiéndose. No pude pensar en otra cosa que no fuera su cabeza siendo aplastada y masacrada por un solo movimiento de una de las extremidades de aquel robusto hombre.
Llegué a la esquina del edificio y paré a la vuelta puse mi espalda contra la pared esperando que no me encontrara. Estaba goteando. Me percaté de que había techo sobre mí, ya que el piso superior era más amplio que la planta baja y para esto había pilares sosteniéndolo.
Mi respiración estaba entrecortada. Estaba confundido, imaginaba la carnicería que habría para ese momento en el edificio. El tiempo inclemente no me dejaba pensar claramente. Sabía, por alguna razón, que Amia no estaba muerta, solo herida y que debía sacarla de aquel lugar, pero las ideas no venían.
Entonces el verdugo pasó lentamente junto a mí, buscándome. Pude ver su ancha espalda. Por un momento, pegar la espalda a la pared había funcionado, pero luego giró y me miró. Tuve miedo. Entre sus manos la cadena ensangrentada con un pico en la punta, le dio una vuelta en el aire para luego lanzármela.
Sentí entonces esa vieja sensación en las yemas de mis dedos. Ese cosquilleo veloz que indica la posibilidad de ganar. El ajetreo, el miedo, el nerviosismo, la duda, la decepción y la angustia habían alimentado fuertemente mi oscuridad. Y no dudé.
Con un rápido movimiento de mi brazo enrollé la cadena en mi brazo y la tomé con fuerza en mi mano. Sonreí. Dirigí la palma de la otra mano hacia su rostro, que estaba a al menos cuatro metros de distancia, y sin dudarlo hice su cabeza dar un giro violento que lo mató.
El sonido del cuello quebrándose alimentó más mi oscuridad y mi sed de venganza. Tiré muy rápido de la cadena y jalé el cuerpo, que se estrelló de golpe con la pared junto a mí. Luego solté la cadena, apunte ambas palmas a su cuerpo y las separé. Su cuerpo rápidamente se desgarró dividiéndose en dos mientras me salpicaba de sangre. Luego llevé, con mi oscuridad, los dos pedazos de cuerpo hacia el techo y con fuerza los arrastré para luego lanzarlos al patio central lo más fuerte que pude.
Para entonces la sensación de cosquilleo anestesiante había alcanzado mis cuatro extremidades y mi torso entero. Me percaté de que estaba alcanzando mi rostro, y si lo hacía, perdería completo control sobre mí mismo.
Impuse mi mente fuertemente ante el sentimiento y traté de liberar toda esa energía, pero no cedió, así que traté luego de encapsularla dentro de mí. Eso sí funcionó.
Dí un respiro y mi cuerpo se sintió muy pesado. Toda la fuerza de la oscuridad se ocultó. Sentí rápidamente el dolor del disparo en mi brazo izquierdo y el frío que era ayudado por la tormenta. “Amia” pensé.
Caminé lo más rápido que mis torpes y pesadas piernas me permitieron hasta llegar junto al cuerpo de Amia. Caí a unos metros de ella, pues mi cuerpo había hecho un esfuerzo que en muchísimo tiempo no había tenido que soportar. Sentí mi mejilla golpear el pavimento levemente, aunque mis ojos percibieron que fue muy fuerte.
La lluvia no parecía detenerse y yo ya no pude moverme. Sin más que poder hacer, puse mi esperanza en que alguien viniese por nosotros y luego cerré los ojos sintiendo cercano desmayo.
Desperté sudando en mi cama… Y lo único que pasó por mi mente en primera instancia fue: ¿Pero qué demonios acaba de suceder?
……….
2
Daniel y yo subimos al camión para regresar a nuestras casas después de un día de paseo por algún lugar al que fuimos (se que suena estúpido, pero ante mi falta de memoria es la mejor explicación). Yo, como siempre, estaba escuchando música con mis audífonos. Encontramos dos lugares y los ocupamos velozmente, luego le compartí de mi música y finalmente comenzamos a platicar.
-¿Ya pensaste qué vamos a hacer la próxima vez? –Preguntó.
-Si. –Dije secamente.
-¿Qué?
-Iremos a visitar fantasmas. –Dije con ademanes graciosos. Él no contestó inmediatamente, solo me miró extrañado.
-Y… ¿Cómo que fantasmas? –Cuestionó buscando una explicación.
-Ya verás. –Dije misteriosamente haciéndome el interesante. Entonces un anciano con una guitarra subió al bus y se paró cerca de nosotros a tocar. Cantaba y tocaba desagradablemente, así que subí el volumen del iPod después de exclamar "¡cacofonía!".
El viejo cantó una canción solamente y luego comenzó a pedir “una humilde cooperación, lo que quieran dar”, así que saqué la moneda de cinco pesos que tenía en el bolsillo y se la di.
En cuento el viejo bajó del autobús me percaté del sentimiento de ser observado.
-¿Qué? –Le pregunté a Daniel, pues era sólo él quien me veía.
-¿Por qué le diste dinero? -Preguntó
-¿Porque no me falta y a él si? –Pregunté sin saber la razón real.
A lo que contestó -Nunca te había visto dar limosna.
-No fue limosna. –Repliqué. –El no vino a pedir dinero, vino a tocar una canción y luego pidió dinero, así que técnicamente es trabajar. Y como les dan muy poco, tenemos que haber muchos que les den.
-Pero ni siquiera estabas oyendo lo que cantaba.
-No. –Acepté.
-Ni te gustó. –Sentenció.
-No, pero a mí me gustaría que la gente reconozca que, aunque lo que hago es feo, me esfuerzo por hacerlo. Y yo trato de hacer lo mismo con los demás.
Guardó unos segundos de silencio mientras reflexionaba eso y luego sonrió. –Qué bonito…
……….
3
Cuando fuerte cierras los ojos y gritas,
Tratas de sacar todo lo que tienes dentro lastimando tu garganta.
Y sólo quieres que no te dejen allí.
Cuando escuchas el silencio como respuesta,
Desearías estar muy lejos de aquí, rogando por perdón.
Pero no quieres vivir más.
Te culpas por lo que sucedió,
Miras al horizonte sabiendo que fue tu escenario el que los mató.
Y no encuentras forma de olvidar.
Te lastimas y finges enfermedad.
Te escondes de las miradas haciendo que te miren, para luego huir.
Ya no eres aquel ser amado.
Sueñas con ser aquel a quien nadie vio,
Aquel que hablaba con árboles y veía las nubes al llorar.
Y no puedes regresar.
Sueñas con cambiar un mundo,
“Uno sólo” pides diariamente, pero sabes que temes intentarlo.
Si lo haces, todo acabará.
Sientes que deberías huir.
Deberías dejar que los impulsos te conduzcan un día a la muerte.
Y terminar con esto.
Sientes que ya jamás sentirás otra vez,
Y escondes la oportunidad, postergándola para tratar de disfrutarla.
Y no te das espacio para amar.
Cierras los ojos y limpias tus lágrimas.
Y no ves nada excepto aquellos campos desolados por tu odio.
Y te odias a ti.
Cierras las oportunidades de seguir.
Te desafías sabiendo que en algún momento eso te hará caer.
Y caer es tu adicción.
Esperas ver lo que perdiste.
Anhelas enfrentar tu pasado y ser quien no tiene que ser tú.
Pero te rindes.
Esperas un alma nueva.
Una forma de redención que no llegará. Vida nueva.
Esperas acabar con todo esto.
Y ahogas el final.
Dormitas en sueños, mientras carcomes la realidad.
Evitándote.
Y sabes muy bien que al final tu miedo eres tú.
Sabes que lo que temes es que has creado tu propia forma de mantenerte viviendo en constante horror y ternura sin mantener un equilibrio constante con el sufrir.
Demente por la tristeza.
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