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Memoriasencadenadas

23 de julio de 2008

Justicia Engendrada Por Odio

Justicia Engendrada Por Odio


Para mí, hay siete tipos de individuos en este mundo.

Están aquellos ignorantes que creen fervientemente que jamás podrían asesinar a una persona, que su alma y su cuerpo no se los permitiría bajo ninguna circunstancia dada en la realidad. Desafortunadamente, la enorme mayoría de estos seres, muy propicios a ser estudiados, se equivoca. Matarían sin premura si sus insignificantes vidas, o incluso menos, dependiera de ello. Es una lástima que no a muchos se les presente la oportunidad.

Luego tenemos a aquellos sabios perdidos que aceptan que, a pesar de sus creencias, los sentimientos pueden llegar a vencer a la razón y ser capaces de asesinar a otro individuo, bajo la debida circunstancia claro está. Aceptan que puede existir una ocasión en el que la mejor opción a tomar es el asesinato directo, ya no digamos suicidio. Estas personas normalmente adquieren una inigualable madurez y control sobre todo su alrededor, pues están concientes de que nada en esta vida es asegurable y se aseguran de ser precavidos en sus acciones.

Hay aquellos otros, no tan numerosos como los nombrados anteriormente, que aseguran y hasta presumen tener las agallas suficientes para asesinar a cualquiera que se les presente y les provoque a hacerlo. Infortunio también es que estas personas normalmente mienten, y que lo que afirman asiduamente es solo acto de su necesidad de atención o incluso de esparcir miedo a su alrededor.

Más reducido aún es el número de sagaces individuos que, presumiendo o no de ello, saben a la perfección que asesinar a un hombre es tan sencillo como a un mosquito molesto. Estos, o bien tienen alguna expectativa de lograrlo, o la acción ya nombrada se les ha hecho presente en la vida en alguna ocasión.

Se podría hacer una lista específica de los nombres de los individuos que, no solo son capaces de matar a un hombre y que lo han hecho, sino que les produce un exacerbado y retorcido placer el acto homicida. Este número quizá sea más alarmante de lo que debería ser, pero estos hombres son, en su mayoría, victimas de horribles sucesos y/o enfermedades que les han arrastrado a ejercer este bajo acto de crueldad.

Es quizá sobrante el último grupo de individuos del que les hablare, porque su existencia se reduce a la casi nulidad, y que si se le pregunta a cientos de personas distintas sobre la existencia de estos, afirmarían con la certeza de su alma que no puede haber cosa tal. Estos prospectos, han no solo desarrollado la capacidad de arrancarle la vida a un hombre, sino que se ha vuelto profesión suya. Y no me refiero con esto a un asesino a sueldo, sino a aquellos que van por los lugares precisos arrebatándoles las almas a los cuerpos que ya no merecen seguir con vida. Normalmente se les pinta con un hábito negro y una gran guadaña en una mano, con alas o sin ellas. Y siempre son esqueléticos. Pero yo les aseguro que no son como se les pinta y que, a diferencia de la creencia popular, existen y deambulan entre los transeúntes que vagan presurosos hacia locaciones distintas, y que tal y como todos son, tienen huesos y carne adherida a estos, y están recubiertos de una extraña sustancia llamada piel.

¿Cómo es que puedo asegurar que estos últimos entes, normalmente apreciados de maneras malévolas y temidos por las masas, existen entre la gente, y que no conformes con ello llevan aparentes vidas normales?


La respuesta es muy sencilla. Mi esposa era una de ellos.



Si esto les llega a resultar maligno, diabólico o solo de mal gusto y han decidido que esto es demasiado fantasioso para leerlo, es solamente porque son unos patanes buenos para nada que encajan perfectamente en la primera categoría de hombres que describí. Si se preguntan porque los catalogo de esta amable manera, es porque yo, en mis antiguos días de honesto trabajador de oficina, me consideraba dentro de ese grupo.

Permítanme contarles mi humilde historia, que es nada exceptuando corta e interesante. O así me parece a mí.

Vacío me encontré dentro de un aburrido trabajo de contador de una gran empresa, que solo arruinaba mi espalda por haberme proporcionado una silla con el respaldo flojo. No mencionaré el nombre de la empresa, pero diré que es una nada humilde cadena de restaurantes de comida rápida. De esos que los estadounidenses tanto usan y que pronto se volverán también igual de frecuentados aquí en xico.

Abrumado de números sin sentido, yo me preguntaba “¿A dónde fue esa gran pasión que tenía yo por la contabilidad durante mis años de universitario? ¿Acaso se esfumó cuando respiré el intoxicado aire de este edificio endemoniado?” sin otro consuelo sino el de ir a mi hogar y encontrar a mi bellísima esposa Helena y mi amado hijo Darío de solo diez años de edad.

En una ocasión, llegué a mi hogar, tan cansado del arduo empleo que tenía, que lo único que deseaba era recostarme. Y en efecto eso fue lo que hice. Lo interesante comenzó después, dentro de la cegadora bruma del sueño pude distinguir un grito, que me despertó atolondrado, y justo después escuché un disparo. Me paré asustado del lecho y salí de la casa.

Era un grito conocido. Martha, la vecina de la casa frente a la mía lo hacía cada vez que algún objeto quebradizo se le resbalaba de las manos y se convertía en añicos al impactar con el suelo. Lo que me sorprendió fu el disparo, el grito solo me despertó.

Tontamente, aunque sin cometer error, fui directo a la casa de Martha sin llamar a la policía. En ese momento no se me ocurrió, pero pensé que alguien más lo haría. La puerta estaba abierta, y justo en uno de los sillones verdes y anticuados donde su gato solía recostarse, la señora Martha yacía con la mitad de la cabeza aún adherida al cuello y la otra mitad esparcida vigorosamente en la cortina, en el suelo y por doquier. A solo centímetros de ella y tomándole la mano estaba mi esposa.

-¡Helena! –Exclamé nada discreto al ver a mi mujer dejando un revólver Colt 1873 Single Action Army, llamada también Peacemaker, caer en el suelo después de que soltara la mano de la mujer, que contenía el arma. Ella se viró con rapidez al escuchar mi voz y palideció.

-Te juro que no es…

-¿No? Entonces… ¿Qué es?

-Tienes que confiar en mí. Yo no la maté. –Aseguró. La mirada que me dirigió me convenció. No pude negarle confianza a esos suplicantes ojos.

¡Salimos disparados de la escena!

Ella explicó su trabajo. Tendidamente me dijo que al transcurrir los años, ella sabía cuáles personas iban a morir y en que momento, al menos de las muertes más próximas. No quiso explicarme el porqué de hacer que la muerte de la señora Martha pareciera un suicidio. Ahora entiendo que si se hubiese hecho una investigación a fondo hubieran encerrado a un hombre con una necesitada familia. No era exactamente lo correcto…

No convencido con sus palabras, indagué en la red. Y como era de esperarse, me topé con una pared de ladrillo bien cimentada.

Tiempo después, mi esposa me descubrió la poca confianza que yo le daba después de haber visto aquella escena en la casa de la vecina. La situación, para mí, era más incomoda a cada segundo. No podía lidiar con que mi mujer, la madre de mi único hijo y quien lo educaba, era una asesina a sangre fría. Discutimos una noche sobre ello y ella accedió a mostrarme, lo cual hizo al siguiente día.

Me llevó al centro a que presenciara un accidente de autos. Ella describió las personas que morirían, junto con sus nombres y sus formas de morir. La exactitud fue del cien por ciento. Me sentí como un completo idiota. ¿Cómo pude dudar de mi propia esposa? Pero me consolaba diciéndome que era algo increíble.

Al año siguiente, en la fiesta de cumpleaños de Darío, mi esposa me sorprendió con la noticia de que Darío moriría en solo cuatro meses. ¡Cuatro meses!

No podíamos extinguir la tristeza. No podíamos sacarnos la idea de la mente. ¡Nuestro hijo! A sus once años… Moriría. Le cuestione sobre la existencia de alguna alternativa. Le pedí que hiciera lo posible por cambiarlo. Pero ella siempre decía “La muerte llega cuando es necesario”

Le preguntamos a Darío.

-Si pudieras hacer cualquier cosa en la tierra. Lo que fuera. ¿Qué harías?

-Viajaría por todo el mundo. –Contestó inocentemente.

Y así lo hicimos. Reservamos los boletos de aviones y hoteles lujosos en todas partes del globo. Mucho del dinero que teníamos, la mayoría, se invirtió en ese viaje. Queríamos que nuestro hijo viera sus últimos días feliz, pues ya habíamos decidido que no le diríamos sobre su muerte. Si algo tiene el ser humano en la vida de lo que puede disfrutar, es de no saber cuando morirá.

Venecia” Eligió mi muchacho como primer destino. El viaje fue largo, el hotel muy lujoso y la instalación lenta. Pero haríamos todo por que Darío fuera feliz.

Así que al siguiente día fuimos a conocer lugares famosos del país. Todo fue fantástico. “Las calles son de agua. Como dijo mi maestra” repetía Darío con frecuencia.

Y entonces sucedió. Estábamos justo a punto de subir al puente Rialto, que cruza el gran canal de Venecia. Darío corrió emocionado. Entonces Helena me miro severa y me dijo que tenía que decirme algo. “Dime” Repuse sin imaginar lo que diría.

-Pase lo que pase, nuestro hijo morirá asesinado… –Empezó ella la advertencia. No pensé que pudiera ser muy distinto pues gozaba de excelente salud. Así que mi impresión no creció mucho hasta oír las siguientes palabras. -… por su madre.

Mis ojos se sintieron pesados en ese instante. El aire se enfrió dentro de mis pulmones. Todo mi peso pareció duplicarse. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Todos mis músculos se trabaron.

Darío llamó a su madre para que se tomase una foto con él en el centro del puente, donde muchos turistas ya lo hacían.

Mi mente no daba crédito a lo que mis oídos habían escuchado. Mi respiración se agitó y el corazón me empezó a latir muy rápido. Lo podía escuchar, pero alejado. Todo el movimiento de la gente, que había alrededor, de pronto desapareció y mi mundo cayó destrozado.

-¡Mamá! –Escuché a Darío gritar asustado. Mire hacia el punte y solo vi al solitario niño y a un publico mirón asomarse por la borda del punte. El frío pensamiento de Helena cayendo del puente me sofocó, y los murmullos de la gente solo lo confirmaron.

Ella calló del puente por un resbalón que tuvo por los incómodos zapatos de tacón rojos que usaba. Calló. Una embarcación pequeña iba pasando por debajo del punte. La cabeza de Helena golpeó un barandal del barquito.

Los siguientes días fueron solamente de visitas diarias al hospital de Venecia. Darío estaba muy triste. Lo único que me decía cuando me dirigía la palabra era “¿Por qué no la salvaste?” O “¡Quiero ir a casa!” Lo cual me hacía sentir más culpable aún.

Después de unos días, firmé los papeles para que fuera desconectada de los aparatos que la mantenían “viva” pero en estado vegetativo. Firmé también los papeles para que sus órganos fueran donados y lo restante de su cuerpo incinerado.

A los pocos días estábamos de vuelta en nuestro hogar.

Helena tuvo un “funeral sencillo” en el que llevamos las cenizas a una capilla para que las guardaran. Yo no quería mantener vivo el recuerdo constante de mi esposa en su forma muerta, sino recordarla tan alegre como siempre fue.

Darío regresó a la escuela, que estaba a solo una cuadra de la casa, por voluntad propia. Se volvió muy sumiso e introvertido. Dejó de tener amigos, y me pidió que lo dejara solo para ir y regresar de la escuela.

Su situación era preocupante. Le pedí a uno de los psicólogos de la escuela que hablara con él y que lo sacara de esa depresión tan profunda. Yo obviamente también estaba muy triste, pero trataba la situación con optimismo, a diferencia de él.

Después de unas sesiones con el psicólogo, Darío comenzó a ser más parecido al de antes, pero aún le quedaba camino por recorrer. “Es solo un niño, debió afectarle mucho más que a cualquier otro. ¡Era su madre! Debe estar pasando por algo muy difícil, y se está recuperando rápidamente.” Solía pensar yo poniendo a mi hijo como un modelo a seguir.

A medida que el tiempo pasó, la fecha de la muerte de mi hijo, anunciada por mi esposa se acercaba, solo quedaban dos semanas y yo estaba muy asustado. ¿Pero cómo podría su madre asesinarlo, si ella estaba muerta ya?

Darío se quedaba cada día más tarde en la escuela. Hablando con el psicólogo escolar. Un día regresó a las cinco, al siguiente a las seis, al siguiente a las seis y media y al siguiente a las siete. Llamé por teléfono, al siguiente día en la mañana desde mi oficina, a la escuela y pedí hablar con el psicólogo. Estaba ausente, así que le pedí a una secretaria decirle que no retuviera a mi hijo tanto tiempo en la escuela.

-Señor, su hijo no está en la escuela a esas horas, pues ningún empleado se queda a esa hora en la escuela. El plantel se cierra a las cinco. A esa hora ya no debe quedar nadie, y si algún niño sigue aquí, se llama a su casa para que vengan por él. –Comentó la señorita antes de colgar.

El trabajo que tenía que cubrir en la oficina era abrumador, pero decidí que mi hijo era lo más importante que tenía, así que lo esperé hasta que llegó de la escuela sentado en una silla del comedor después de llegar de trabajar en la mañana.

Al llegar él a la casa, hablé con toda la serenidad que pude, haciendo que la conversación no pareciera un regaño.

Él confesó haber ido a la casa de uno de sus nuevos amigos todas las tardes a jugar videojuegos, ver películas y andar en bicicleta.

La idea de que tuviera un amigo nuevo de su escuela me tranquilizó. Sentí que era el mismo niño que era antes y que no habría que visitar más a ningún psicólogo. Al menos por el momento.

Darío prometió llevarme al siguiente día a ver la casa de su amigo, que quedaba por el vecindario. Yo accedí. Quería conocer a los padres del niño.

A la mañana siguiente desperté con el reloj interno bastante atrasado. Un sabor amargo en la lengua y un tropiezo con la pata de la cama me hizo recordar el día. Ese era el día en que supuestamente mi hijo moriría asesinado por su madre.

Darío ya se había ido a la escuela. Decidí ir a trabajar y llegar temprano a casa para pasar todo el día con él y asegurarme de que nada de la pasara.

Pero algo diferente sucedió.

Llegué a la casa y esperé de las dos de la tarde hasta las tres cuarenta y cinco sentado solitario esperando. Pensé que quizá había ido con su amigo otra vez. Yo no sabía donde quedaba aquella casa, así que no podía salir a buscarlo así como así. En lugar de ello telefoneé a la escuela donde me dieron una extraña noticia. “Su hijo montó el vehiculo del psicólogo escolar Leonardo Rayuela y se fueron juntos hace más de una hora”. Pedí instantáneamente la dirección del señor Rayuela y me dirigí en automóvil al lugar.

La casa estaba en el mismo vecindario que la mía, a solo unas calles de distancia, sin embargo se tenía que tomar algunas avenidas para llegar por el sentido de algunas calles.

Encontré al señor Rayuela encendiendo su auto y echándolo para atrás. Le bloqueé el paso y baje del auto. Le pregunte por la ventanilla dónde estaba mi hijo. Él contestó que había regresado a la escuela, y que sólo había llevado a mi hijo hasta su hogar para darle un libro de superación personal infantil que lo ayudaría a superar la muerte de su madre. El hombre era joven, de unos veinticinco o veintisiete años de edad. Caucásico y rubio. Delgado pero fornido y vestía una camisa a cuadros. Me pidió dejar de estorbarle porque tenía prisa.

Quité el auto enseguida.

Me sentí avergonzado por las encarnizadas sospechas que tuve sobre aquel hombre. Y hasta planeé llamarle para disculparme al día siguiente.

Regresé a casa sintiéndome como un tonto. Pero Darío no apareció.

Dos días después el cuerpo de Darío fue encontrado en la mismísima casa de Leonardo Rayuela. Había sido indudablemente violado múltiples veces, y las heridas que esto le había causado lo habían hecho desangrarse lentamente mientras yacía cautivo y amarrado en una habitación de la casa. Tenía moretes en todo rincón que la ropa le tapara.

Tenía heridas ya de algunos días y otras recién hechas. Pero el maldito delincuente no apareció en ningún lado.

Días después me percaté de la verdad: Si su madre no hubiese muerto, él jamás habría acudido con aquel psicólogo abusador.

Aún sabiendo esto, no me sentí satisfecho, pues, aunque tampoco me hubiera dejado bien conmigo mismo, mi esposa no asesinó directamente a mi hijo, y además ella también había muerto.

Me sentí abandonado por Dios. Y fue entonces cuando le supliqué que me matase o que me los devolviera vivos y sanos.

Al principio de este texto les anuncie que para mí, hay siete tipos de individuos en el mundo. Pero solo les describí a seis de ellos. La razón es que el séptimo tipo de individuo no se encuentra entre nosotros siempre, a diferencia de todos los demás. Este tipo de personas son las que, como yo, han pasado a ser desde el primer tipo de persona, ese que no cree poder matar a nadie ni aunque sea obligado a hacerlo, hasta el sexto tipo de persona, que roba las almas de las personas de sus cuerpos cuando les llega la hora de morir.

Si se preguntan que pasó después del funeral de mi hijo y de mi petición a Dios que me los devolviese o me matase, se los puedo contestar con esto: Dios me dio la satisfacción de poder ir a buscar a ese bastardo engendrado por el infierno que provocó la muerte de mi hijo de forma directa, y sentarme cerca de él, esperando el momento de su muerte, para así robar su alma y hacerle peores cosas que las que él le hizo a Darío.

¿Venganza? Yo le llamaría justicia.

.

4 Comentarios/Memorias:

Anónimo dijo...

wU...OW...

Me agrado bastante tu escrito... Esperaba con ansias ke publciaras algo nuevo... Se me estaban acabando las entradas xD... en ifn...

Me gusto mucho tu historia... muuy buena... ke mas peudo decir?? Al principio interprete otra cosa de lo ke e ra pero bueno.... tienes ese efecto en mi xDD

Saludos!!

RottenMilk dijo...

Muy bueno.
Y si, se puede leer rapido.
Es bastaaaaaante entretenido.
Y ni yo se en cual de los tipos individuos estoy xDDD
Y kiza eso me ponga en un eh... certain type.
Y bueno, que mas puedo decir?

Los comentarios son normalmente tan cortos?

Ya se me olvido

Y bueno, que mas... Ah si.
Demonios, tienes que dejar de escribir TANTO. Muy laaaaaargo.
Bueno... Me voy...


Y no lo olviden:
"Blank"

Soiral dijo...

woow!!! realmente me gustó!!!
es decir, no pude despegar ni un segundo del escrito hasta terminarlo...
si me preguntaras en que "tipo" de personas me identifico te diria que en ... bno mejor no te digo jajaja ntc..

ciao!
nos vemos

sirnnenn dijo...

jajaja heme aquí escribiéndote.
se nota que has avanzado mucho, vas creciendo en cuanto a literatura se refiere. la historia es muy buena pero se nota que no tiene la calidad de redacción que tienen muchos de tus textos acutales (y eso que no ha pasado tanto tiempo) te faltan varios acentos, pero son pequeñas insignificancias, en lo que sí has avanzado mucho es en la forma de narrar, ahora pareces todo un profecional y en este texto se ve una buena intención de escribir, pero no se compara a lo que eres actualmente.
linda introducción, clasificando personas según su visión de la muerte. bastante agradable diría yo (o ángel como quieras verlo) aunque yo cambiaría la frase de "el niño morirá asesinado por su madre" a algo menos explícito como "el niño morirá por culpa de su madre" o "su madre dará muerte al niño" o algo así, porque técnicamente la profesía no se cumplió, porque no fue asesinado POR su madre.
el título sigue sin gustarme, quizá algo así como narraciones de una guadaña o algo menos cremoso (ese título me lleva a pensar en miel espesa) los cambios en los colores de tu texto son muy bueno, bien utilizados (exepto el de méxico, ahí parece más un link de alguna página del gobierno)
bueno. me despido
Ww
osito.come.quesos
pd: la palabra que tengo que verificar para poder comentarte es "darioe"