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Memoriasencadenadas

16 de diciembre de 2008

¿A qué costo?

101.
Aplausos.
Suicidio.


¿A qué costo?




I. Negro

Lucas.

Pensaba en cenizas, era todo lo que acudía a su mente en esos momentos, y, a pesar de que no entendía por qué, le gustaba pensar en esas cenizas. Cenizas que se arremolinaban con el viento y saltaban entre las brasas para escapar del tenue calor que la muerte de la hoguera podía escupir. “Al final, todo lo que existe se convierte en eso ¿no?, sólo cenizas”, pensó.

El silencio, en el que su entorno le envolvía en todo momento, mientras viajaba despacio por las calles, casi inconciente de sus propios movimientos, se rompía sólo por sus pisadas calmadas que atravesaban las aceras. Su profunda respiración, cuyo sonido llegaba hasta el fondo de su ser, se expandía por su cuerpo entero para luego salir de él y, finalmente, esperar la siguiente.

Todas las mañanas, después que la alborada le sacara del sueño en el que tanto amaba estar, se ponía de pie para enfrentar otro día de ser quien siempre había sido: Nadie.

Nunca había necesitado aparatos ni mecanismos novedosos para salir del sueño. Él sabía en qué momento era hora de despertar. Se olvidaba así de todo lo irreal que sucedía durante el velo tierno de la noche y pasaba a dar la cara al corrosivo día.

Aunque sus huesos le suplicaran no seguir y su alma, cansada de insistir, le dijera que no encontraría nada más, muy dentro de sí mismo tenía la esperanza de encontrar un motivo para seguir con esa vida que tanto odiaba. Era sólo un niño, ¿cómo podía enfrentar al mundo y lograr vencerlo?

Sentía una tremenda atracción hacia todas las personas, pero las personas le habían demostrado, desde que era muy pequeño, que al mundo no le interesa uno más que se preocupe. Por eso se convirtió lentamente en el ser que repudiaba: un ser que huía de sus pasiones y de sus gustos por miedo a que éstos también le rechazaran, uno que siempre había tenido la esperanza de no encariñarse con nada, uno que siempre había tenido la esperanza de perder toda esperanza, pues era esta lo que le hacía seguir luchando… y él ya estaba harto de luchar.

No podía decir que su vida fuera triste. No se sentía miserable. Sentía simplemente que no había tenido la misma suerte que otros, que no le habían dejado las mismas oportunidades y que él no se daba las oportunidades que anhelaba. Sabía también que él mismo se hacía daño actuando de esta manera, pero se había convertido en la única forma de vivir que conocía… Y no quería cambiarla.

Allí comenzó su historia, en el principio del fin. Cuando se dio cuenta de que las cenizas en las que pensaba no eran más que una forma de que su mente le previniera de lo que estaba a punto de suceder.

Cuatro mil seiscientos treinta y cuatro días habían pasado desde su nacimiento, y ya se había acostumbrado a caminar con la mente siempre concentrada en todo menos en el trayecto que seguía para llegar a la escuela.

Día a día, después de levantarse, tomaba su mochila y un desayuno ligero evitando hacer ruido alguno para no despertar a su padre, y salía huyendo de la soledad de su hogar para aventurarse en la grandiosa hospitalidad de la calle. Después montaba la armoniosa melodía que los trenes subterráneos, agitándose, componían para él. Luego volvía a la superficie para encontrarse unas calles más cerca de su destino, las caminaba en silencio con la mirada siempre fija en ningún lugar y al final llegaba a otra estación de tren. Se deleitaba con el ruido de los pasos que los transeúntes hacían en la estación. Tomaba uno de sus vagones rojos favoritos donde se embelesaba con los sonidos metálicos de las ruedas en las vías y se embriagaba con el amanecer que resplandecía por la ventanilla. Al bajar se encontraba a sólo dos cuadras de su escuela y ahí se dirigía sin pensar en nada específico.

Al llegar a la escuela se filtraba fluidamente entre la multitud, que se aglomeraba en los verdes pasillos, para alcanzar su aula. Se sentaba en su lugar y sacaba un cuaderno para tomar los apuntes de clase. Cuando lo decidía, hacía caso omiso de toda palabra proveniente de los labios profesor para pensar en lo que su vida y su presente le podían brindar. Al final, solía toparse contra un muro de concreto.

Cuando terminaban las clases, al igual que los demás niños, se sentía libre y feliz. Sin hablarle a nadie, salía de la institución para emprender el largo viaje de regreso a casa. Pero en ese día algo cambió.

Después de tomar el primer tren, miró a su alrededor, pensativo. Se concentró en las calles que lo envolvían. Miró los semáforos y el alumbrado público, los árboles y los coches, los caminantes y los edificios. Sintió que algo no estaba en su lugar, pero no entendió qué era. De cualquier modo decidió tomar una ruta diferente para evitar cualquier sorpresa. En lugar de caminar por las calles muy transitadas, se metió entre las callejuelas de la metrópoli. De igual manera podía llegar a la siguiente estación del tren. Siguió su caminata por los rumbos ya conocidos con la mirada perdida. Repentinamente se detuvo.

Una calle muy empinada desembocaba en una calle perpendicular y, en lugar de atravesarla como en cualquier cruce, del otro lado de la calle sólo había una pared blanca. Edificios alrededor, pero no detrás de la pared blanca.

Lucas se quedó mirando la pared iluminada por la luz del mediodía. Parecía simplemente normal, pero algo en ella no estaba del todo correcto. Tenía un aire de conocida, pero también parecía que jamás hubiera pasado por aquel lugar.

“¿Ya habré pasado por aquí antes?”, se preguntó mientras miraba el entorno familiarmente extraño. Se acercó a la pared, el objeto más llamativo del grisáceo entorno. Estaba muy limpia.

Se acercó un poco más y la olfateó instintivamente. No tenía ningún aroma en especial. Cerró los ojos y acercó la mano a la pared, pero no la tocó. Pensó que la pared no quería ser tocada, al igual que él. Comenzó hablarle de él mismo.

Así pasaron horas. Lucas le contó a una pared blanca, que le parecía misteriosa, todas las cosas que no le había contado a nadie en toda su vida. Sintió que en esa pared había algo que debía saber sus anhelos, sus ilusiones, sus momentos de furia, sus enamoramientos, las vejaciones de las cuales había sido objeto y sus tristezas.

Se sentó en el suelo frío y granuloso de la acera y habló sin parar recordando todo lo que había vivido y a todos a quienes vagamente había conocido. Le habló de su extraño sentir con respecto al mundo. “Siento que yo los quiero a todos, pero todos me odian”, le dijo. Le contó también de cómo amaba la música que componían los vagones del tren y de cómo se sentía identificado con los colores del amanecer tras la bruma de la mañana.

Finalmente se despidió y prometió que acudiría el siguiente día a contarle lo que no había podido decir, por falta de tiempo, y se marchó sin tocar la pared. Se sintió escuchado por primera vez. Y aunque sabía que no debía ser así, sentía que tenía un amigo.

Notó la noche sobre él cuando estaba ya a sólo unas calles de su casa. Se paró frente a su edificio. “Va a matarme”, susurró y procedió a remontar los cuatro pisos que ya estaba acostumbrado a subir.

Tan pronto como percibió que la televisión estaba encendida supo que le esperaba un fuerte escarmiento, y que no podría explicarle a su padre que se había quedado platicándole su vida a una pared. Vaciló unos instantes, pero luego decidió terminar con ello y cruzó la puerta.

Instantáneamente comenzaron a llover toda clase de insultos y majaderías. Él estaba ya muy acostumbrado a la jerga agresiva que su padre usaba cuando no le gustaba algo que había hecho. Pudo percibir el aroma de la bebida en la boca de su padre. Ni siquiera le respondía, sólo lo miraba gritar y manotear frente a él y no hacía nada para defenderse. Sabía que había desilusionado a su padre, una vez más, y que no debía sentirse orgulloso de ello.

A falta de respuesta, el padre enfureció más y soltó un puñetazo a su hijo. La reacción fue inmediata: Lucas huyó a su habitación y echó llave al cerrojo. Se sentó en el suelo escuchando cómo su padre aún gritaba histérico y comenzó a llorar.

Se preguntó por qué cuando conseguía una cosa, se veía obligado a perder una que quizá era más importante. Permaneció sumido en su tristeza hasta muy entrada la noche y cuando se dio cuenta de que la realidad le mostraba pocas salidas, decidió caer en la inconsciencia del sueño.

II. Blanco

Despertó como siempre lo hacía. Tomó su mochila y un desayuno ligero para salir al hospitalario exterior. Esperó el subterráneo unos minutos sin ningún pensamiento específico. Viajó silencioso sintiendo las delicias que le ofrecía la soledad a bordo del tren. Pero cuando bajó, sintió que no sabía lo que debía hacer. ¿Debía buscar la pared y faltar a la escuela para terminar de narrarle lo que necesitaba decir? ¿Debía seguir su camino y olvidar la pared por su propio bien?

Se decidió por buscar la pared.

No tardó mucho en encontrarla. Se paró frente a ella y trató de decidir qué le diría. Le dio vueltas a todos los temas que se le ocurrieron, pero no hallaba por cuál empezar. Era algo muy especial y no debía tomárselo a la ligera. Se acercó al muro en busca de inspiración y, con decisión, lo tocó con la mano abierta.

La pared pasó de ser blanca brillante a mostrar un negro azabache tenebroso en una fracción de segundo.

Lucas saltó asustado. Pensó que sus sentidos lo engañaban pero, después de parpadear, cayó en cuenta de que el fenómeno había sucedido realmente frente a sus ojos pero, al no entenderlo, salió corriendo.

Llegó a la siguiente estación de tren sobresaltado. Se limpió el sudor y miró a su entorno. Algo estaba mal.

Atribuyó el sentimiento a la pared y luego pasó a ignorarlo. Pero no pudo seguir ignorándolo cuando el tren comenzó a moverse. El sonido chirriante de las vías y las ruedas de metal no le produjo ninguna reacción. Fue sólo una combinación de sonidos molesta. No lo comprendió.

Miró a la gente que viajaba con él. Sus caras parecían amables y todos parecían tener algo en qué pensar y algo por qué vivir. Luego sucedió algo que jamás creyó posible: comenzó a sentir un increíble repudio por todos los seres vivos que había en ese vagón, e incluso por el vagón mismo.

Su respiración se hizo más lenta. Sintió que su visión se nublaba, pero después de unos segundos se percató de que era sólo parte de su imaginación.

Dirigió su mirada hacia el sol naciente en búsqueda de normalidad. Lo único que vio fue un grisáceo amanecer tras las sucias ventanas del maltratado tren. Sintió que el mundo lo rechazaba una vez más.

Bajó del tren asustado. Miró a todos los transeúntes buscando a alguien que lo ignorara. No encontró a nadie. En su lugar veía que todos le miraban, pero él sentía odio hacia ellos. Y no podía evitar sentirlo.

Cabizbajo, siguió su camino a la escuela. Veía sólo los pies de las personas temiendo que al verlas al rostro pudiera odiarlas. Temió, incluso, que el cielo le pusiera buena cara y que él no pudiera amarle como lo había hecho siempre. La vida lo estaba tratando como él siempre había querido… Y no podía responderle del mismo modo.

El desconocido que tenía dentro salió a relucir.

Llegó a la escuela y cruzó los pasillos con dificultad. El anhelo de que todos los que lo rodeaban estuvieran muertos le invadió. La misantropía ya había penetrado profundamente en su alma.

Le fue difícil controlarse durante las clases, y en cuanto el timbre resonó en el aula, salió disparado. Caminó rápido, evitando cualquier palabra y cualquier contacto visual hasta llegar a la estación del tren. Una vez allí miró a las personas. No podía dejar de sentirlo. Se odiaba a sí mismo por ver a los demás de aquella manera. Odió la realidad por ponerle en tal jugada.

Tras bajar del tren, sintió ganas de huir de la vida, ganas de morir. Tomó el camino de siempre para no pasar junto a la pared.

Al llegar a la segunda estación y tomar el subterráneo, se empezó a sentir cansado del constante ataque mental contra todo lo que le rodeaba, y lo hermoso y cálido que se veía todo sin él, el cansancio aumentó una vez que llegó a casa.

Su padre le pidió sentarse en la sala para que hablaran de lo que había sucedido la noche anterior. Su padre se disculpó y explicó que había recibido una llamada de la escuela para informarle que su hijo tenía un moretón en la cara y que debía alejarlo de las peleas entre los niños. Lucas no se había percatado de su imagen. No se había visto en el espejo.

Durante la larga plática con su padre no podía dejar de querer ponerse de pie y gritarle que lo odiaba y que siempre había sido el peor suceso en su vida. Quería lanzársele encima y golpearlo, culparlo por todo lo que le había pasado desde que nació y escupirle, pero se contenía y en lugar de ello se limitaba a mirarlo con desprecio mientras repetía una y otra vez: “Sé lo que sientes”, haciendo que la frase perdiera su sentido.

Después, se metió a la ducha y se percató del gran moretón que tenía junto al ojo.

Esa noche no pudo dormir. Su mente le mostró las mismas cenizas, en las que había pensado antes, arremolinándose en el viento y alejándose de las brasas. Huían hábilmente y al final quedaban sólo esparcidas como polvo por doquier. Aquellas cenizas nacían de la leña negra y fuete, gruesos troncos que eran sometidos a las flamas, luego el negro profundo se convertía en lo contrario: blancas y delgadas fibras que se movían entre las llamas. Al final el viento mezclaba y esparcía todo. Convertía aquella historia en sólo restos grises.

III. Gris

La hora de despertar llegó, pero Lucas ya estaba despierto. Ya estaba vestido y preparado para salir de casa, pero esperaba, de pie frente al reloj, que la hora de salir llegara. Estaba confundido. Muy confundido.

No podía ocurrírsele una razón posible, aparte del azar, que pudiera explicar todo lo sucedido con él desde que pensó por primera vez en esas cenizas. Ahora estaba seguro: esas cenizas habían aparecido en su mente antes de encontrar la pared y por tanto debía entenderlas para poder entender, después, a la pared.

El reloj le otorgó permiso para marchar. Tomó su mochila y, sin desayunar, salió a la calle.

Rió amargamente al pensar que él siempre se había preguntado la razón de que la gente no lo mirara, y ahora era él no quería mirar a la gente. “Quizá cuando me veían, sentían que me odiaban… y por eso preferían no verme”, pensó vacilante.

Llegó a la estación del subterráneo sin darse cuenta. Miró a las personas y sintió el odio arraigado dentro de sí. Comenzó a caminar mirando el suelo repitiendo “no me odian” en su mente. Entró al tren y se sintió aliviado de poder sentarse y cerrar los ojos.

El tiempo pareció fluir de manera más acelerada. Bajó del tren y siguió su camino evadiendo la pared, y sólo la evadió por sentir que no podría lidiar con otro cambio parecido. Dedujo que había sido la pared la que había hecho que su vida mutara así: un cambio de papeles. “Yo le pasé el negro a la pared. Ll negro que había a mi alrededor. Pero me dio todo este odio. Ahora yo tengo el blanco… aunque es un blanco muy extraño”, gruñó en voz alta mientras llegaba a la segunda estación.

Hizo lo mismo que en el primer tren y sólo cerró los ojos. No le importó que no viera el amanecer, mientras no tuviera que soportar odiar a las personas todo sería más sencillo.

Se detuvo en la acera frente a la escuela. Cerró los ojos y se golpeó la frente con la palma de la mano. Se insultó: “que estúpido… hoy es sábado”.

Dio media vuelta y se encaminó hacia la estación. Extrañó aquellos días en los que no pensaba en nada mientras viajaba. Ahora, en cambio, tenía que hacer sacrificios para sentirse cómodo consigo mismo.

Lo decidió al pisar la estación. Controlaría el sentimiento y aprendería a eliminarlo poco a poco. Pensó que no sería tan difícil.

Tomó el primer vagón y se sentó. Había pocas personas a bordo, y aún así sentía que quería huir. Pero se mantuvo y miró a todos al rostro mientras contenía esos impulsos repentinos que venían a su mente.

Agradeció enormemente que el tren fuera tan veloz y que no tuviera que soportar ese martirio por mucho tiempo, y aún así sintió que fue eterno. Bajó del tren y pensó que, quizá si volvía a tocar la pared, esta se tornaría blanca y él podría regresar a lo que su vida solía ser. Corrió en búsqueda de la pared.

Cuando la encontró se sintió aliviado de haberla encontrado. Se le quedó mirando durante unos minutos. Vio cada centímetro de la pared. No era la misma pared blanca, limpia y brillante que había visto antes, en lugar de ello, ahora negra, daba una apariencia desgastada e imperfecta. Finalmente cerró los ojos y tocó la pared con la mano abierta. No sintió nada.

Abrió los ojos esperando el cambio. La pared permaneció del mismo color.

“No”, titubeó Lucas “tienes que regresármelo… ¿qué no ves que no voy a poder sobrevivir así? Yo no puedo odiarlos a todos… no…”

Se hincó en el sueño y apoyó su cabeza en la pared. Repudió la pared, la miró con desprecio. Dirigió todo el odio, que la pared le había otorgado, hacia la pared misma y la golpeó con ambas manos. Pero la pared siguió igual. Cerró los ojos y pensó en las cenizas. Lo entendió. Habló entonces: “todo esto es tu culpa y ya lo entendí. Tú eres el fuego y yo las cenizas… tomas lo mejor de mí y me lo quitas como el fuego que quema al tronco. Pero algún día tu serás las cenizas, alguien te va a prender fuego… ¡terminarás igual que las cenizas!”, le amenazó mientras le pegaba con la frente. Luego abrió los ojos.

La pared había cambiado. Ahora mostraba un monótono gris, igual que todo alrededor.

Lucas se puso de pie sonriendo. Rápidamente muchísimos pensamientos pasaron por su mente ¿cómo sería en esta ocasión?, se dio la vuelta lentamente y comenzó a caminar hacia su casa, pero pronto le invadió la emoción de que todo sería menos negro y comenzó a correr.

Llegó a la estación y miró a la gente a su alrededor. Nadie lo miró a él. Pensó que todo estaría igual que antes, pero luego comenzó a notarlo: no sólo la gente le ignoraba, sino que odiaba a cada uno de los que no le dirigían la mirada.

Se sintió muy confundido. No esperaba que todo fuera peor, sino mejor. Se paralizó con dolor de cabeza mientras la gente, apresurada, pasaba junto a él.

Los pasos rápidos de todos los transeúntes en la estación hicieron un eco placentero en su mente. Un tren alejándose en las vías que cantaban solemnes para él le hizo estremecerse. Su amada pasión por esos ruidos había vuelto, pero le preocupaba más su sentir por las personas que su extraña satisfacción por la música que, en su mente, se arreglaba en base a los muchos sonidos del lugar.

Miró el reloj de la estación y su estómago dio un vuelco. Para esa hora su padre ya habría despertado y le esperaría con alguna reprimenda en casa. Tendría que apurarse, pero no soportaría cruzar la multitud.

Tenía miedo de si mismo. Jamás había experimentado esa clase de sentimientos a un nivel tan elevado como ese y por ello se sentía culpable al sentirlos. Se sentía, por si fuera poco, agobiado.

Comenzó a caminar mirando hacia el suelo, pero esta vez no dejó de sentir el odio. Incluso odiaba las voces de los que pasaban junto a él. Se tapó los oídos con las manos y siguió caminando lentamente. Empezó a apretar la quijada Sus ojos comenzaron a arder. Recordó que no había dormido la noche anterior.

Ver los pies de las personas e incluso las sombras le hacía sentir enfermo. Cerró los ojos y siguió caminado lentamente.

Escuchaba su respiración entrecortada y repentinamente notó que tenía mucho calor. Alguien paso por su lado y lo rozó. Inhaló profundamente, tragó saliva y siguió caminando guiado por la oscuridad. Sentía a las personas pasando por su alrededor.

Luego perdió el paso. Tomó aire y sintió como caía.

Un fuerte golpe en la cabeza le hizo escuchar un zumbido extraño dentro de sus oídos. Apretó fuertemente los ojos por el dolor. La imagen de la ceniza esparciéndose por acción del viento llegó a su mente. Con una mano sintió pequeñas piedras en el suelo, con la otra se tocó la cabeza y sintió, entre el pelo, la roja y tibia sustancia que emanaba de él. La gente empezó a gritar. Escuchó el melodioso canto de las ruedas sobre las vías cerca de él, pero no tuvo miedo.

Abrió los ojos y vio, borrosamente, dos faros acercándose a gran velocidad desde un lejano túnel.

“Si hubiera sabido que esto pasaría… habría aceptado lo que tenía. Abrí mis ojos, sí. Conocí otros matices de la vida… Quizá nadie más viva lo que yo acabo de vivir. Pero… ¿A qué costo?”







Adiós.

5 Comentarios/Memorias:

Anónimo dijo...

Wow... De verdad que me dejaste sin palabras. Se ve claramente el profesionalismo en tu obra, creo que ha sido de las mejor estructuradas y las mas emocionales que has escrito en mucho tiempo. Me encantó esta entrada, creo que me faltan adjetivos ... No sé, solo se que quedó demasiado bien.

Muchas Felicidades

No te vayas sin despedirte, Por favor.

Siempre aquí,
Saludos.

Soiral dijo...

Me fascinó este escrito, pues a parte de que se nota el profesionalismo y tiene una muy buena estructura, la historia, los sentimientos, todo se siente tan real.
Es como si dejara de leerla la historia se congelara y cuando regreso a leerla ocurre se desarrolla, en verdad.
No sé si me explique.

Cuando describiste el odio cuando iba en la estación, y se tapaba los oídos etc, me hizo sentirlo no se solo lo sentí al leerlo.

...

Anónimo dijo...

Hola hombre, me gustó mucho, en el primer capítulo tienes unas imagenes muy bien logradas, en los capítulos restantes hay situaciones que se sienten muy reales, utilizas palabras que echan a volar la imaginación y eso es bueno.
El final es bueno y los contextos también, muy buen trabajo, me gustó mucho.
Suerte
Adiós

Anónimo dijo...

por cierto soy Pau... =D

sirnnenn dijo...

sabes, eso de los colores es algo tan... no sé, pero creo que me gusta cuando le das muchos significados a ciertos colores, porque así dejan de ser simples tonalidades y pigmentos para pasar a ser una experiencia, un recuerdo y en muchos casos una o varias personas.
el gris por sí mismo no representa nada, pero junto a tí está tan lleno de emociones y sentimientos que hacen que uno se sienta identificado, así como junto a dany sujetilla el gris representa el color más feliz para los extraterrestres , y en el momento en que lleguen a nuestro planeta y vean las calles y los edificios tapizados de este color, se orgasmearán y querrán quedarse, ya que el gris es una ventana a los colores que nunca se han podido ver.
en cuanto al texto, supogo que recuerdas los comentarios que te había hecho antes, así que espero que no haya necesidad de repetirlos (a demás ya se me olvidó lo que te había dicho... (= )
espero que sea ángel quien escribe esto, y no te desepciones al ver que en realidad es sirnnenn el medio por el cual puedes leerme, me quedé pensando en lo que me dijiste el otro día y llegué a la conclusión que sirnnenn es una forma de conocer otro lado de mí, ya que no me siento falso ni distinto tomando a sirnnenn como mi pluma ni a la pantalla como mi pergamino. pero todo depende del cristal con el que se mire, porque yo puedo jurar y rejurar que soy el mismo, y si la gente ve una diferencia abismal entre nosotros, no podré hacer nada para desmentirlos ya que todo es cuestión de persepciones.
saludos
Ww