Si el ritmo se pierde es sólo por el Whisky... ¡Comenten!
199 Noches de Muerta
Abro los ojos.
¿Cuál es la diferencia si sólo hay oscuridad?
Mis pasos, uno a uno, se van hundiendo en negro suero.
Codeándome con mis dolores,
frente a un nuevo mundo de completa y obligada soledad.
Áspero.
Qué áspero es el beso nocturno que Noviembre engalana,
qué negras son las rosas que ornan tu ataúd,
y cuántos son los plomos, por mi mano repartidos,
cada uno gritándome su necesidad, pidiéndome matar,
haciéndome sólo recordar.
Unos últimos respiros que meses durarán…
Tal vez años, tal vez otras nueve vidas.
Otras ciento noventa y nueve noches en insomnio,
Otros veintisiete años de desconfirmación de una realidad vivida.
Otros veintiún casquillos repartidos en el asfalto.
Y una última sonrisa, una última palabra… sólo para ti.
Sólo para ti lo que queda, pero este whisky es todo mío.
¡Oh! templadas ventanas de la choza en desolación
¿por qué soy yo quien mira la nada a través de su inconciencia
sin tener momento alguno de armonía con mi cielo,
habiendo olvidado que el único motivo por el que sigo encerrado
en esta caja oscura, desdichada y maloliente, es transportarme
lejos a otro mundo en sueños donde otros muchos dirán
que ésta, mi vida, es sólo fantasía?
Y que retumbe hasta la última noche de amores tardíos
que lleva al amante perdido en susurros maniacos
a convertirse en verdugo de odio y dolor,
suicida feliz en su último instante,
si llega el espejo, aún taciturno, narrando una historia feliz
de consuelo y concordia, a decirme a mí, que soy don doliente,
que ya se acabaron mis días de miseria, que ya se acabaron
mis días de esta rabia, que ya se acabaron insultos, reproches
y hasta un tierno cielo que siempre sonríe a través de mis ojos,
cuando estos se cierran para despedir a minutos faltantes
para cumplir… mis últimos ciento noventa y ocho días.
Y dame otro cigarrillo,
que se ha puesto ebrio ya el tabernero,
que Lucy empezó a bailar prematura,
que me urge llegar a mi hogar placentero.
Ya serán nueve, ya serán diez,
serán nuevas noches que gaste en placer.
¡Tú sigue lamiendo, perra del infierno!
¡Para eso te pago imbecil bastardo!
Ya serán once y ya serán otras,
serán ciento noventa y siete premuras andantes,
ciento noventa y seis cafés quemados,
ciento noventa y cinco sábanas pegajosas,
ciento noventa y pico mujeres ardientes.
Pero yo seré, soy, fui. Siempre uno.
Uno sólo, contra ciento noventa y nueve litros de malta.
Bajarán por mi garganta sin alto ni espacio,
dejando desnudo mi ensueño perdido,
dejando cansado al efebo sin rima.
Ya basta de iguales, de siempre los mismos y últimos Lares. Harto estoy de ver tu rostro pálido, hablándome loco, ciego, tartamudo ¡no dices nada, carajo!, te voy a enseñar lo que es una tunda que, es obvio, tu padre jamás te dio.
¡Tú déjame imbecil, que sí te pagué!, tus copas te hacen contar de más, y yo juro y perjuro que sólo tomé quinientos vasitos de whisky del noventa y tres.
¿Qué quiere señora, si su hijo así quiso?, si él me insistió e insitió y yo dije que no, si él le siguió y yo lo alejé, si luego embriagué y él me convenció ¿Qué quiere señora si él me obligó?, le dije que no y que no y él me llevó y no pude resistir. ¿A mí qué me importa que tenga sólo doce?, yo nunca aposté que era mayor.
¡Usted déjeme baboso, que nada tiene que ver! ¿A quién le importa que usted sea la autoridad? A su mujer y sus hijos los mato a patadas, pero usted no es muy hombre para pelear frente a frente.
Y puños, y loco, y gritos, y sangre, y balazo, y me toman, y grito, y ventana, y me caigo…
Eterna caída.
Un alto repentino.
Yo juro haber sido la víctima.
¿Cómo es que nadie puede ver
las ciento noventa y nueve noches sobre mí?
Pero es suficiente,
ha llegado el momento.
Ésta es mi renuncia
y qué importa un buen final.
Ya harto me encuentro,
ya hasta enfermo estoy
de miles de broncas,
consuelos ilícitos,
pendejos niñuelos,
putas, putas, putas
y sus encabronados maridos.
¿Por qué nadie vio que yo siempre estuve queriendo tu amor?
¿Por qué me desangro tan lento y sin ti?
¿Por qué no sonríes, chicuela, mi amor?
¿Por qué se me acaban los versos sentidos?
¿Por qué no mejor que se acaben las noches?,
que una por una, se vayan muriendo
y me dejen aquí para disfrutarte
tan muerta y tan linda como te has puesto
después de sólo ciento noventa y nueve días
de estar bajo tierra.
Te ofrezco mi sangre, Elena querida.
Bébela toda del grifo que un revolver me ha hecho.
Toda es tuya, toda mi vida.
¿Ya qué importa si no puedo dormir
si después de esto por siempre dormiré?
¿Ya qué importa que tu hayas muerto
si en este momento te alcanzo necrófilo?
¿Ya qué importa si es negra la noche,
cuando esta noche la paso contigo?
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Éste va por Svaejat-¡Salud!-porque ya ni sé si me sigue leyendo.
¿todavía me lees preciosa?