Este... es otro de esos textos que, según creo, varían en estilo. Sé que rompo reglas y no sé si sea un acierto o algo que no debería hacer, ustedes juzguen. Imágen robada y editada. ¡Comenten!
Peldaño Abajo
(Miras)
Caminas derrochando todos tus pensamientos. No te permites aprovechar lo que tienes.
Tus sentimientos, los arrojas al vacío. No deseas entenderte.
Tus preguntas, con cada paso, parecen más poderosas, te hacen sentir que no podrás seguir. Pero sigues.
Todo lo que conoces está contigo, y aún así te sientes muy sola caminando de noche por la metrópoli que te crió.
Ves fantasmas, sientes a quien sea a tu alrededor. Miras, pero es sólo el frío y tu cabello.
Cruzas puentes, pisas charcos, miras luces, buscas caminos más cortos. Te preguntas si aún quieres llegar a tu hogar.
¿Sonríes? No lloras al menos…
Silencio es el que amas escuchar, y éste te acompaña entre pisada y pisada. Te suspira suavemente sobre el hombro.
Pero entonces tus pasos y tu dirección te conducen a estar de pie, detenida ante la entrada de tu hogar.
Ves la puerta despintada que tantas veces has azotado y sientes que no quieres entrar.
Miras a tu alrededor deseando que algo te impida entrar. Nada sucede, ni el viento sopla.
Te decides y entras. ¡Sorpresa! No hay nadie, nada nuevo.
La sala vacía, la pasas, todas tus conversaciones vienen a tu mente junto con el aroma del café relajante y el espectro del jazz.
Llegas al comedor. Tantas cenas, los retratos en cada silla y los momentos en todas partes. Día, tarde, noche. Pasas de largo.
Cocina… el cansancio te invade junto con un poco de hambre. Te miras preparándote un bocadillo o quizá limpiando por ahí. Regresas.
Llegas a unas escaleras ajenas a las que todas las mañanas bajas, son las que subes por las noches, las que se ven llenas de presión y cansancio. Las escaleras feas. Subes.
Miras por el pasillo del segundo piso. Dos recámaras, un baño, un par de cuadros en la pared. Todo vacío, ¿cuántas veces no has pasado por allí?
Tocas la manija de tu habitación, unos pasos más allá. Tu mano siente el frío del metal, tu alma el frío de la soledad. Decides ir al baño.
Te das la vuelta y a ojos cerrados entras al baño. Enciendes la luz, y miras los azulejos. Tu reflejo se vislumbra vagamente en ellos.
Miras al espejo. Ojeras, despeinada y confundida. Sonríes falsamente para ti. Dejas que el agua comience a correr desde el grifo. Te echas agua en el rostro y te das un par de palmadas en las mejillas.
Apagas la luz. Huyes a tu habitación. Empujas la puerta y te lanzas a la cama. Inspiras profundo. Con los pies mismos te quitas el calzado. Te haces bolita.
Una lágrima escapa. Cierras tus ojos.
–¿Por qué lloras? –te pregunta él.
No deseas contestar. Tu alma exige escapar del enclaustro, pero tu piel es muy sólida.
–No sé –contestas.
Te muerdes el labio. La noche es fría y necesitas un abrazo.
–Estoy aquí para ti. Puedes contarme –dice él. Rompes en llanto. No puedes controlarte. Comienzas a temblar.
–¿Por qué me haces esto? –le inquieres entre sollozos.
–Porque no quiero que llores.
Tu brazo viaja lejos y regresa con una almohada. La abrazas muy fuerte.
–No quiero que estés aquí –le pides.
–¿Por qué…? –pregunta él. Suena confundido, no sabes qué hacer– Si yo te amo…
Explotas.
–¡Si me amaras no estarías aquí! ¡No me harías esto, me dejarías en paz!
Silencio.
No sabes si él aún está allí. No hay ninguna señal. Esperas saber algo más.
Despiertas. El sol aún no sale.
Te preparas lo más rápido posible y escapas de la casa.
La gente comienza a amontonar las calles.
¿Invierno? ¿Primavera? ¿Verano? ¡Otoño!
Caminas decidida unas cuantas calles sin mirar a nadie directamente.
Te arrepientes y te reprochas por haber olvidado las llaves dentro de la casa y por no tener una sudadera a la mano. Frío viento.
Sigues. Te preguntas si tu destino es válido, si deberías ir.
Comienzas a contar tus pasos. No deseas tomar ningún tipo de transporte.
Sientes sus miradas. No se alejan de ti, todos te miran y sientes el peso. ¿Sobrevivirás?
Es muy crudo el sabor de la situación. Vivir es fingir. Mentir es vivir. Fingir es caminar hacia el vacío. Vivir es morir. Morir es necesario. Vivir es lo que haces mejor. Morir es lo que temes más. Pensar mata. Piensas en otra cosa.
Llegas al lugar. Es muy temprano así que no crees que estén despiertos. Te sientas en el pórtico. Elijes un lugar para fijar la mirada: La calle no, tiene mucha vida; los edificios no, están muy muertos; el árbol, perfecto equilibrio.
Horas pasas allí. ¿Quién está contigo? No puedes mirar a quien está sentado junto a ti. Quieres hacerlo, pero temes volver a la realidad. Insiste, dice palabras, grita desesperación. Quizá quiere dinero o sólo un par de palabras contigo. Quizá está solo, como tú, quizá necesita que una desconocida sentada en la calle le diga el porqué de su vida. No te permites voltear. No te permites escucharlo. Se va.
¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Te levantas y oprimes el botón indicado. Una voz te pide identificarte. Tu nombre dices, pero no sabes si es real. No sabes si siempre has sido tú.
La puerta no tarda en abrirse. Una mano con un cigarro te abre la puerta, está acompañada de un hombre, su propietario. Sigues su espalda flacucha hasta el último piso, te abre una puerta.
Encuentras un sillón que parece cómodo, quieres sentarte, pero tus ojos se cierran y caes.
Luchas en tu interior. Estas confundida. El humo te impide crear lo que en ti se rige. No tienes libertad, pues la libertad te destruye. Esclava de ti misma.
Cuando por fin logras abrirlos, ellos ven el árbol. ¿Fue un sueño?
No quieres averiguarlo.
Te levantas rápido y corres. Sin saber hacia dónde, sabes que te perderás, pero sólo puedes pensar que todo esto no está bien.
Te preguntas si alguna vez le has hablado a alguien. ¿Es el cielo azul lo que está allí realmente? ¿Es éste mi cuerpo? ¿Quién corre?
Tu respiración: tan infinita como tu potencial. Quizá eres demasiado para ti misma. Mucho mapa para explorar.
Tropiezas y tu cara golpea el suelo. La nariz duele ¿de quién es el dolor?
Estas frente a tu casa… otra vez.
¿De qué huyes?
Estás cansada. Sedienta, decides entrar. Y lo haces. Pero no lo entiendes, no tienes llaves. Sólo sabes que lo logras y que, dentro, el agua es todo lo que necesitas, que no importa que tan falsa sea la realidad, los pedacitos de ella son todo lo que te hace ser tú misma.
Subes las escaleras. Ni las de la mañana ni las de la noche, sino las atemporales, las que parecen no llegar a ningún lugar, esas que son infinitas y que sólo te permiten estar en ellas hasta la eternidad. Pero decides que no quieres que sea así, y te bajas en tu habitación.
Entras.
Huele a lluvia. Hay una tormenta allí dentro.
No te importa, acudes a tu cama mojándote y cierras los ojos sintiendo las gotas recorrer todo tu cuerpo. En este momento puedes volar. Pero no quieres volar.
–¿Por qué no quieres volar?
Ésta vez miras a tu alrededor. Ves tu ser extendiéndose hasta el infinito encerrándote dentro de ti misma.
–Déjame en paz. Estas muerto. Supéralo ya, no te necesito, no te amo más. –escupes.
–No vengo para que me ames. Sino para mostrarte que soy el único a quien puedes amar.
–Si no puedo sacarte de mi cabeza, tendré que destruírmela. Pero te destruiré a ti con ella. No te veré nunca más. –ya no quieres que te hable. Cada noche te ha atormentado.
–¿Por qué quieres destruirme? Todo lo que yo hago es porque te amo.
–Si me amas, déjame ir. Tu no estas ya aquí. Déjame seguir.
¿Dónde estas ahora?
Sigues caminando. No sientes que estés perdida, pero no puedes reconocer ninguno de los edificios, de las calles.
Te duele mucho la cabeza. Te preguntas tanto, te respondes tan poco. Sigues adelante, pero no estás segura si estás yendo o regresando en realidad.
¿Cómo puedes pensar que no te estas negando a ti misma lo que sabes que es verdad?
Escuchas músicas que alimentan al viento con sus colores. El aroma de la tranquilidad te hace acercarte a esa ventana que abierta te llama. Miras a través de ella.
Dos niños. Uno es moreno, el otro no tanto; uno es pequeño, el otro no tanto; uno es juguetón, el otro no tanto; uno es tierno, el otro no tanto; el otro tiene los ojos cautivadores, el uno no tanto. Ambos visten pantalones de mezclilla y chamarras del color de la crema.
Hablan sobre la nieve y lo que ésta puede decirnos.
El chico se acerca a la ventana y te mira. Parece enamorado de ti. El otro se acerca pero no tanto.
–¿sere néiuQ? –el uno pregunta. Tú no sabes qué decir. Estas tan cautivada por su voz que no puedes creer que sean humanos. No lo parecen, pero no son ángeles…
El otro sólo te mira, pero sus ojos cafés te suplican respuesta.
Piensas en todo lo que podría existir en este mundo, en todo lo que podría pasar, y en lo ridículo que resulta que estés allí, asomada por una ventana contemplando a un par de niños que bien podrían pasar por tus hijos.
Y quieres. Robarlos parece tentador. Meditas: no podrías.
–¿út y? onu omall eM –te dice el pequeño. ¿Qué le dirás ahora si ya olvidaste tu nombre? El segundo te sonríe desde atrás.
No puedes moverte. Quizá son demonios enviados a cautivarte y a retenerte allí hasta la muerte. Te han hipnotizado, lo sabes pero no quieres despegarte.
De pronto el pequeño acerca su mano a tu cara. La detiene antes de tocarte.
Estás tan emocionada. Podrías morir en este momento siendo feliz. Pero no sabes por qué.
Trata de tocarte. Su mano atraviesa tu cara. Una lágrima derraman los tres, al mismo tiempo. Luego ellos dos sonríen. Y susurran.
–.oma eT
Escuchas un pitido intermitente.
–Al parecer estará bien. –Voz femenina.
Tu cuerpo está tieso, te pesan mucho los párpados. Desorientación.
–Usted… ¿cree que recordará? –Voz de mujer.
–Es lo más probable. No podremos saber hasta que despierte. –Voz femenina. – Pero lo mejor será no decirle sobre lo sucedido si no lo recuerda. Al menos por el momento.
¿Quién está diciendo todo esto? Tus preguntas tratan de mover tu cuerpo, pero este empieza a producirte dolor. Mareo.
–Pero es seguro que despierta ¿verdad? Sí despertará… –Voz de mujer.
–Claro que sí –Voz femenina– no se encuentra en estado comatoso, sólo está sedada.
–¿Hay algún riesgo de complicaciones o estará bien? –Voz de mujer.
–Siempre existe ese riesgo, pero en este momento es mínimo. –Voz femenina– Mejor concéntrese, en este momento, en superar la pérdida de su yerno y sus nietos, no necesita una preocupación más. Yo la cuidaré bien…
–Está bien…
Suena insegura. Es tu madre. ¿Qué pasó con tu esposo y con tus hijos?
Te duele el corazón. Las lágrimas brotan. Tratas de moverte, pero eres muy pesada, como roca.
Saboreas el tubo que hay en tu garganta.
¿Qué pasó?
–Hola. –Tres voces.
–¿Dónde estamos? –Tú.
–Esto eres tú.
–La tú que quiere retenernos.
–Retenernos hasta la eternidad.
–¿Estoy muerta? –Tú.
–Muerta para ti.
–Para ti no queda nada.
–Nada por lo cual vivir.
–No quiero esto –Tú.
Eres esclava de ti misma una vez más.
Pasos vacíos son los tuyos.
Amas a lo que no tienes.
Y lo que sí tienes lo repudias.
Amar a la familia.
Odiar la vida sin ellos.
–¿Qué se supone que haga ahora?
Encuentra otra vida. Otro amor.
–Eso es imposible. Prefiero morir.
Es tu decisión, pero sí es posible. Yo lo logré.
–¿Quién eres tú?
Yo te creé.
–¿Eres Dios?
Para ti, puedo serlo. Tú estas en mi mente. Toda tu vida, tu familia y tu situación es mía y yo puedo dártela o quitártela. Soy quien, con estas letras, te da lo que eres, por lo que luchas.
–¿Por qué me haces esto?
Yo también perdí… algo importante en mi vida…
–Es tu forma de vengarte. Me destruyes y te sientes bien.
No.
–¿Entonces?
Volvamos a empezar.
Caminas derrochando todos tus pensamientos. No te permites aprovechar lo que tienes.
Tus sentimientos, los arrojas al vacío. No deseas entenderte.
Tus preguntas, con cada paso, parecen más poderosas, te hacen sentir que no podrás seguir. Pero sigues.
Todo lo que conoces está contigo, y aún así te sientes muy sola caminando de noche por la metrópoli que te crió.
Ves fantasmas, sientes a quien sea a tu alrededor. Miras, pero es sólo el frío y tu cabello.
Cruzas puentes, pisas charcos, miras luces, buscas caminos más cortos. Te preguntas si aún quieres llegar a tu hogar. Fue un mal día.
¿Sonríes? No lloras al menos…
Silencio es el que amas escuchar, y éste te acompaña entre pisada y pisada. Te suspira suavemente sobre el hombro.
Pero entonces tus pasos y tu dirección te conducen a estar de pie, detenida ante la entrada de tu hogar.
Ves la puerta despintada que amas cruzar. Adentro encuentras siempre un consuelo. Sonríes, porque sabes que, si entras, el dolor acabará.
No sabes si entrar. No quieres contagiarles este terrible sentimiento de confusión que te ha invadido.
Temes que lo único que te queda sea también destruido. Destruido por tu sentir, por tu dolor insignificante. Desearías sentirte bien para darles ese sentimiento.
¿Qué haces? Huir. Pero eso no te da nada. Caminas cuatro, cinco, seis calles. Las luces de las calles son agresivas. Hace frío. Parece que comenzará a llover. Miras por una ventana e imaginas a dos niños hermosos que juegan felizmente. Están llenos de vida y deseas abrazarlos. No puedes contener tus ganas de decirles lo mucho que los quieres. Son tus hijos, y te esperan en casa. Estarán cansados como tú. ¿Quién les arropará y les leerá si tú te vas?
La luna te mira como la madre que siempre ha sido para ti. Sonríes.
No hay nadie más afortunada que tú. Tienes lo que siempre has querido. Y es todo lo que necesitas para vivir. Es todo lo que quieres para ser feliz.
Das la vuelta por inercia y comienzas a caminar.
Piensas que al llegar tu esposo te besará y te abrazará. Te preguntará cómo te fue y tendrá la cena preparada. Tus hijos correrán hacia ti y te besarán porque eres la mejor madre que ellos podrían tener. Mirarás entonces sus ojitos y llorarás, porque sabes que los amas.
Llegas ante tu puerta y sacas tus llaves. Tintineo.
Hay un “Te amo” para cada uno de ellos en la punta de tu lengua. No puedes esperar para dárselos.
Entonces te detienes. ¿Y si no están? ¿Y si no existen?
¿Qué tan mal te sentirás? ¿A quién le expresarás tu amor? Reprocharías a la luna entonces. Y ¿qué hacer ahora?
Vivir.