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Memoriasencadenadas

31 de octubre de 2009

Bebedor de Sombras

¡Comenten!
Bebedor de Sombras


Es tu sombra interminable

un veneno conocido,

un licor extraordinario

que resbala entre mis dedos.


En un vaso yo la tengo,

siempre fría, siempre horrenda

y la agito con premura,

se me escapa ante los ojos.


La aprisiono con mi boca,

la retengo, me enveneno.

Es suicidio, esa, tu sombra,

caes en rocas afiladas.


Es tu esencia, toda tú,

un camino hacia el infierno,

un infierno arrepentido…

la resaca de tu amor.


Me la bebo toda entera,

te asimilo, ya eres mía;

ahora tomo tu lugar;

en rocas muero, igual que tú.


*Para Pau
porque estaba ahí cuando lo publiqué
y la necesité
=D

25 de octubre de 2009

199 Noches de Muerta

Si el ritmo se pierde es sólo por el Whisky... ¡Comenten!



199
Noches de Muerta



Abro los ojos.

¿Cuál es la diferencia si sólo hay oscuridad?

Mis pasos, uno a uno, se van hundiendo en negro suero.

Codeándome con mis dolores,

frente a un nuevo mundo de completa y obligada soledad.


Áspero.

Qué áspero es el beso nocturno que Noviembre engalana,

qué negras son las rosas que ornan tu ataúd,

y cuántos son los plomos, por mi mano repartidos,

cada uno gritándome su necesidad, pidiéndome matar,

haciéndome sólo recordar.


Unos últimos respiros que meses durarán…

Tal vez años, tal vez otras nueve vidas.


Otras ciento noventa y nueve noches en insomnio,

Otros veintisiete años de desconfirmación de una realidad vivida.

Otros veintiún casquillos repartidos en el asfalto.

Y una última sonrisa, una última palabra… sólo para ti.

Sólo para ti lo que queda, pero este whisky es todo mío.


¡Oh! templadas ventanas de la choza en desolación

¿por qué soy yo quien mira la nada a través de su inconciencia

sin tener momento alguno de armonía con mi cielo,

habiendo olvidado que el único motivo por el que sigo encerrado

en esta caja oscura, desdichada y maloliente, es transportarme

lejos a otro mundo en sueños donde otros muchos dirán

que ésta, mi vida, es sólo fantasía?


Y que retumbe hasta la última noche de amores tardíos

que lleva al amante perdido en susurros maniacos

a convertirse en verdugo de odio y dolor,

suicida feliz en su último instante,

si llega el espejo, aún taciturno, narrando una historia feliz

de consuelo y concordia, a decirme a mí, que soy don doliente,

que ya se acabaron mis días de miseria, que ya se acabaron

mis días de esta rabia, que ya se acabaron insultos, reproches

y hasta un tierno cielo que siempre sonríe a través de mis ojos,

cuando estos se cierran para despedir a minutos faltantes

para cumplir… mis últimos ciento noventa y ocho días.


Y dame otro cigarrillo,

que se ha puesto ebrio ya el tabernero,

que Lucy empezó a bailar prematura,

que me urge llegar a mi hogar placentero.


Ya serán nueve, ya serán diez,

serán nuevas noches que gaste en placer.

¡Tú sigue lamiendo, perra del infierno!

¡Para eso te pago imbecil bastardo!

Ya serán once y ya serán otras,

serán ciento noventa y siete premuras andantes,

ciento noventa y seis cafés quemados,

ciento noventa y cinco sábanas pegajosas,

ciento noventa y pico mujeres ardientes.

Pero yo seré, soy, fui. Siempre uno.


Uno sólo, contra ciento noventa y nueve litros de malta.

Bajarán por mi garganta sin alto ni espacio,

dejando desnudo mi ensueño perdido,

dejando cansado al efebo sin rima.


Ya basta de iguales, de siempre los mismos y últimos Lares. Harto estoy de ver tu rostro pálido, hablándome loco, ciego, tartamudo ¡no dices nada, carajo!, te voy a enseñar lo que es una tunda que, es obvio, tu padre jamás te dio.

¡Tú déjame imbecil, que sí te pagué!, tus copas te hacen contar de más, y yo juro y perjuro que sólo tomé quinientos vasitos de whisky del noventa y tres.

¿Qué quiere señora, si su hijo así quiso?, si él me insistió e insitió y yo dije que no, si él le siguió y yo lo alejé, si luego embriagué y él me convenció ¿Qué quiere señora si él me obligó?, le dije que no y que no y él me llevó y no pude resistir. ¿A mí qué me importa que tenga sólo doce?, yo nunca aposté que era mayor.

¡Usted déjeme baboso, que nada tiene que ver! ¿A quién le importa que usted sea la autoridad? A su mujer y sus hijos los mato a patadas, pero usted no es muy hombre para pelear frente a frente.


Y puños, y loco, y gritos, y sangre, y balazo, y me toman, y grito, y ventana, y me caigo…


Eterna caída.

Un alto repentino.

Yo juro haber sido la víctima.

¿Cómo es que nadie puede ver

las ciento noventa y nueve noches sobre mí?


Pero es suficiente,

ha llegado el momento.

Ésta es mi renuncia

y qué importa un buen final.

Ya harto me encuentro,

ya hasta enfermo estoy

de miles de broncas,

consuelos ilícitos,

pendejos niñuelos,

putas, putas, putas

y sus encabronados maridos.


¿Por qué nadie vio que yo siempre estuve queriendo tu amor?

¿Por qué me desangro tan lento y sin ti?

¿Por qué no sonríes, chicuela, mi amor?

¿Por qué se me acaban los versos sentidos?

¿Por qué no mejor que se acaben las noches?,

que una por una, se vayan muriendo

y me dejen aquí para disfrutarte

tan muerta y tan linda como te has puesto

después de sólo ciento noventa y nueve días

de estar bajo tierra.


Te ofrezco mi sangre, Elena querida.

Bébela toda del grifo que un revolver me ha hecho.

Toda es tuya, toda mi vida.

¿Ya qué importa si no puedo dormir

si después de esto por siempre dormiré?

¿Ya qué importa que tu hayas muerto

si en este momento te alcanzo necrófilo?

¿Ya qué importa si es negra la noche,

cuando esta noche la paso contigo?



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Éste va por Svaejat
-¡Salud!-
porque ya ni sé si me sigue leyendo.
¿todavía me lees preciosa?

6 de octubre de 2009

A la orilla del cielo

Corto y equis... pero es algo... comenten.

A la orilla del cielo

Blanco.

–¿Aquí se acaba? ¿Es esto todo? –se preguntó el hombre de traje y maletín al vislumbrar a la orilla de la limpia e infinita tabla blanca en la que había caminado eternamente– no puede acabar aquí… es decir, no puede acabar. Debe ser infinito.

Se acercó a la orilla hasta asomar la cabeza hacia el vacío y debajo sólo vio blanco. Luego miró hacia atrás y vio su largo recorrido que se perdía por siempre en el espacio y el tiempo. Vio de nuevo el abismo, vacío hasta de oscuridad, y temió comenzar otro recorrido eterno: el de caer.

Era una orilla tremenda, larga como un hilo infinito de horizontes y blanco como sólo un paraíso limpio y perfecto puede ser. Toda una existencia comenzaba a desmoronarse ante esa línea que dividía el siempre conocido lugar y hogar del hombre y un vacío desconocido.

–No puede ser –soltó de pronto– siempre he estado caminando con el único propósito de encontrar que este cielo es infinito, pero no lo es… justo aquí se está acabando.

Que impotencia tan grande invadió el cielo entero en ese momento. Su voz se adelgazó y en su mente sus palabras comenzaron a titubear. Una línea que jamás debía encontrar le estaba limitando el infinito. Sintió nauseas, confusión, su vista se nubló. El gran espacio que el hombre siempre (o nunca) había conocido pareció reducirse tremendamente a una línea divisoria entre un sí y un no. Ahora tenía un cielo y un no cielo en el que podía caer indefinidamente.

–Si mi cielo no es infinito… Significa… ¿significa que tampoco yo lo soy?

Un desgarrador frío se apoderó de su alma y el maletín donde la llevaba. Sintió tristeza por primera vez. Sintió duda por primera vez. Sintió por primera vez. Y tal fue el sentimiento que una lágrima escapó de su ojo y comenzó a flotar hacia el vacío, pero no se sumergió en el no cielo, sino que cayó rápidamente hacia arriba. El hombre siguió su lágrima con la mirada y pudo vislumbrar, a lo lejos, el mundo.

Se inclinó sobre la orilla y se dejó caer hacia el mundo igual que la gota, pero su maletín, con su alma y su salvación cayó hacia abajo, hacia lo desconocido.

En la limpia e infinita orilla de la tabla del cielo sólo quedó el recuerdo taciturno del hombre, que cayó a la tierra sin saber dónde había dejado su alma y que estaría destinado por siempre a buscarla. Al final la orilla del cielo se desdibujó y bloqueó el paso entre el mundo de los vivos y el mundo de las almas.