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Memoriasencadenadas

22 de agosto de 2008

Es triste…

Y para conmemorar a un amigo que pronto se irá... Una entrada triste. Después vendrá más. Un par de imagenes buenas...

Es triste…





Es triste…
Es triste cuando miras detrás de ti, buscando alguna respuesta en tu pasado, y encuentras solamente una televisión y una mesita.
Es triste cuando buscas respuestas dentro de tu propio ser y encuentras grumosa pintura blanca que no te dice nada.


¿En que me he convertido?




Es triste…
Sí, muy triste.
Triste mirar a tu alrededor y saber.
Saber que hay personas que te aprecian, saber que se tiene una vida por delante y un pasado inigualable, ¡Saber que dentro de ti y fuera de ti todo está bien! Y aún así sentirse mal… Sentirse triste…


¿Soy un número más? ¿Un custodio más? ¿No era yo quien custodiaba?


Triste.
Si lo es. Es triste.
No saber si se verá el siguiente amanecer con el mismo rostro, con la misma personalidad. Saber que en cualquier momento todo puede cambiar…


Es triste sentir el fuego ardiendo dentro rodeado de hielo que lo trata de apagar, y saber que al final el fuego será extinto. Perder toda esperanza de sentir… No saber ¿Qué será de nuevo hacerlo?…


Triste saber que al final… uno siente que ya no se puede seguir y… se da por vencido. Sabiendo que bien podría tratar de luchar… Rendirse es triste.


Saber… que no te gusta la forma en que has cambiado, que sientes que no eres tú y que sabes que sí lo eres… Sentirse fuera de si mismo… Eso es triste…


Es triste escuchar el silencio y sentirse identificado… Sentir que en el silencio y en la soledad se tiene a un amigo, uno que no se puede ver…


Cuando se mira al cielo y se sabe que no hay esperanzas de alcanzarlo… Cuando se sabe que se puede y se quiere, pero hay algo en el interior que lo impide. Entonces se entristece…


Cuando no se sabe porque se está triste. Es triste.
Es triste saber que se está triste…
¿Qué es más triste?


¡Hay muchas cosas más tristes!

Es más triste aún darse cuenta de que nada de esto se sabía, o que nada de esto te produce una tristeza real.


Es más triste aun sentir que se siente, cuando sientes que no puedes sentir.
Es más triste estar solo y pensar que se está acompañado.
Es más triste mantener la fe y la esperanza en vano.
Es más triste vivir engañado.


Vivir… es triste…




Y esa tristeza es… hermosa…


La vida es hermosa… Y hay que vivirla. Aunque sea muy triste hacerlo… quizá también se puedan encontrar cosas menos tristes…


Aún tan tristes como podamos llegar a estar, debemos apostar por la vida.


“La gracia y la belleza que buscamos estará siempre en nuestros corazones”


.








Un honor haberte conocido... Es una lástima que te vallas...
Se te extrañará.
Adiós.

.

19 de agosto de 2008

Haciendo Frente

Uno de los cortos textos prometidos. Las imagenes: la primera no es mía y solo la puse porque la otra que puse no tenía nada que ver con el texto y entonces tuve que retirarla debido a un problema que me genero con el... ¡Qué importa!; la segunda tampoco es mía pero... se identifíca con el texto y la tercera si es mía, mía. Yo la tomé y es genial y ¡Calla!


Haciendo Frente



En el mundo todos juegan a vivir, y todos viven el juego de los demás, actuando a ser alguien específico que no se conforma con ver las realidades alternas que a su alrededor se presentan, sino que crea una propia, un pasado y un objetivo para poder convivir entre hipócritas convencionalistas.


Yo dejé mi personaje para convertirme en mi mismo… En un yo cubierto por facetas y máscaras, algunas divertidas, otras aburridas, pero en las incomprensibles es donde están las rasgaduras que se necesitan abrir para llegar hasta mi, que soy una babosa retorciéndose debajo de la concha…


Una parte de mi me tomó del cuello y me puso en un bonito y cómodo ataúd del cual esa misma parte no quiere salir, pero mi yo conciente esta algo cansado de la oscuridad. Le falta algo de ruido aquí dentro. En parte me gusta, en parte es odioso.


No quiero ser abandonado aquí. Porque a cada lágrima la vida entierra un poco más mi situación. Indetectable es un término agresivo para esta situación, sin embargo le acomoda.



Y se que a la larga olvidaré la forma en la que todo es realmente, que me hundiré en mi propio ser y en mi propio ahogo del cual siempre pude salir. Pero lo que decidí, en aquel momento, parecía ser lo mejor y no pienso que las cosas hayan cambiado tan radicalmente ya. O es probable que ya no conozca lo que soy…


La voz que en el eco logro percibir y distinguir está lejana. Y no es una voz que me esté buscando a mí. Raya en el mundo del escondrijo al igual que yo, pero no busca lo que yo, no busca su propio ser.


¿Quién tiene la verdad? No creo que sea yo. Pero indudablemente esa persona a mi no me ha encontrado… y no me está buscando. En este camino, yo ya no puedo caminar.


Vuelvo a esta ciudad, a estas personas, que son solo recuerdos perdidos en las mentes de todos a mí alrededor. Gente que pide comida para comerla gustosa. Y los veo a todos irse también, uno por uno. Así es como se vive, superando todo.


Este viento me hace dudar sobre si podré seguir o sobre si debo regresar otra vez. Se ha llevado todo consigo y ya no me quedan más esperanzas para atesorar. Ha pasado mucho tiempo, y cada suceso me cambió y me convirtió en este inhóspito paraje asesino que se esconde entre nubes de caramelo.



No me importa el mundo ni lo que este piense de mí. No me importa ayudar a las personas a seguir ¿Porqué debería yo ser ayudado?


Ya no estoy tratando de escapar de mi destino ni de mis recuerdos, y los veo a todos pasar. Es casi como si tratara de que no me doliera vivir. Ya nadie sangra pero aun hay sangre. Yo aquí me aferro a mi propio ser y declaro que ya no temo a quien soy ni lo que me ha formado. Le hago frente al viento asesino que me trajo hasta aquí.



Me será difícil seguir y tratar de ser fuerte contra la densa carga de golpes del pasado. Pero voy a tratar.



Todos merecen una oportunidad para tratar de mejorar.


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18 de agosto de 2008

Muéstrame el sol. Estoy cegado por el camino.

Planeaba que fuese más largo y ameno para ustedes, pero mi insolente e inmadura madre ha logrado mostrarme que cuando los humanos se sienten en peligro se convierten en bestias irracionales. Es una lastima tener a una bestia irracional como madre a veces. Sin más palabras llenas de odio que agregar, aquí se los dejo.



Muéstrame el sol.
Estoy cegado por
el camino.



I. Las Pistas Provistas


¡Atención a todo el personal de limpieza, hay una caja fuerte incendiándose discretamente en el pasillo tres! Sí, pasillo tres, ese que también le llaman pasillo seis dependiendo de la referencia de tiempo que se tome, si se toma el año pasado… Solo… alguien valla a apagar esa caja fuerte, y si de pasada descifra la combinación favor de abrirla y sacar todo lo que haya adentro y avisar a la gerencia.


II. Una vida en el maíz.


Si una persona bien es pensativa y razonadora desde el punto en que su conciencia se desarrolla completamente ¿Qué diferencia a la persona joven del adulto maduro aparte de la experiencia?


Es posible también observar que el adulto jamás obtenga la madurez mental necesaria para llegar a un razonamiento lógico y plausible, y se queda estancado en la inmoralidad de la inconciencia iluminándose solo por lo que los pobres sentidos le indican. ¿Qué sentido le puede encontrar este ser a la vida? ¿Qué vida puede encontrar este ser?


III. Un hombre llamado Sputnik. Mi buen Sputnik.


Era una vez un niño que era llamado Sputnik. Él era muy feliz, tenía un padre y una madre que le amaban. Tenía un perro al cual amaba y jugaba con él todos lo días.


Iba a la escuela y tenía muchos amigos. Su inocencia no tenía fin. Era completamente feliz y tenía todo lo que podía desear.


Un buen día, el creció y olvidó su inocencia. Pronto la vida se complicó y llenó de responsabilidades. No encontró donde estaba ni quien era.


En poco tiempo terminó sus estudios y consiguió un buen trabajo. Siguió su vida creciendo y tratando de disfrutarla al máximo. Y hasta se atrevió a ignorar que ya no sabía quien era.


Consiguió una esposa y tuvo dos hijos. Los educó como él mejor entendió y así sobrevivió un tiempo más.


Sus hijos crecieron y también consiguieron trabajos con los cuales comenzaron a mantener a sus padres. El tiempo voló y se llevó también a su esposa.


El último día, en su lecho de muerte, se dio cuenta que nunca había hecho lo que debía. Que su destino le había deparado una vida completamente normal y nada sobresaliente. Se preguntó si alguna vez pudiere haber hecho algo mejor. Era tarde.


IV. Un hombre llamado Sputnik. Mi buen Sputnik. (Reflexión y Desviasión)


¿Por qué jamás se nos presentan cuentos o historias cortas como estas? Realista y amable, pero tan cruda y cruel como la realidad en la que se desarrolla. ¿Por qué siempre se nos presenta la ilusión y la esperanza como valores realmente buenos que cualquiera posee y no como los implacables e invaluables valores casi inalcanzables que en verdad son? ¿Por qué siempre se nos presentan las historias en las que todo sale mal pero luego se arregla, o incluso en las que nada sale mal?


Es tiempo ya de romper esos esquemas. Es hora de tomar el brazo fantasioso de la imaginación y torcerlo manipulándolo para que se mezcle homogéneamente con la realidad.


Aquí es donde yo presento mi pensamiento. Un flujo bizarro de matices grises que fluctúan ente la realidad y lo impensable, entre el dinamismo y lo estático, entre lo personal y lo interpersonal, entre el futuro y el pasado, entre problemas y preguntas, entre mi yo conocido y mi yo escondido, entre la personalidad y la comprensión, entre filosofías y experiencias, entre el destino y mi propia vida.


Una venda estrechando mi brazo, diciéndome que a cada palabra se aleja más la verdad. Y es así porque todo lo que yo busco es que ustedes, los que leen, sepan mi verdad, pero para esto primero debo llevarlos hasta mi retorcida mente que erguida y arrastrándose la han encontrado a través de estos textos. Debo hacerlos entender lo que yo jamás pude entender hasta que fui quien soy ahora. Deben entender que no entender no significa no poder hacerlo. Debo hacer que intenten realmente saber algo, extraer un poco de aquí y de allá para encontrar lo que realmente es. Esto es lo que sería necesario para que conociesen mi realidad. Pero no puedo obligar a nadie…


¿Quién querría por cuenta propia apropiarse de todo este conocimiento que ofrezco? Aparentemente hasta ahora nadie se ha ofrecido. Pero yo no me rindo tan fácilmente. Así sigo, motivándome, sacando fuerzas de mis raíces, de mis recuerdos y de mis ilusiones.


Estoy secando todo mi ser para que alguien pueda encontrarme. Y parece ser en vano. Como un naufrago que usa todo lo que tiene sin rendirse para sobrevivir, mi alma se embriaga de dolor en caminos estrechos para poder traer hasta ustedes estas palabras simples, que no tienen lágrimas encima, que no sienten dolor y que no suplican por ayuda o por perdón. El que suplica soy yo, pero no por ayuda ni por perdón, sino por una mano que esté dispuesta a dar lo que bien sabe que no podrá dar.


Trato de convencer a un grupo que no aparenta ser tan retrógrada de llevar a cabo una tarea que no es necesaria para su subsistencia. Quizá solo sea un sueño.


¿Pido mucho? Sí. Y lo acepto, y es por esto mismo que aunque a veces pierdo las esperanzas, vuelvo a retomar el camino, y sigo tratando de golpearlos con mis textos. Que no son para nadie excepto para ustedes.

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Perdóname


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7 de agosto de 2008

Petróleo Azul¨

Petróleo Azul¨



Sintió un ardor espeluznante en el cuello y se retorció para removerlo hasta abrir los ojos. Un gruñido escapó de su garganta quejándose por el dolor.

-Hola Dic. –Dijo rápidamente un hombre de pelo largo y enmarañado con lentes oscuros y sombrero pesquero sentado en una silla metálica mientras dejaba caer la colilla de cigarro con la que había despertado a Dic. Su rostro le hacía parecer de una edad aproximada a los setenta años, pero su atuendo, que consistía en una camisa negra mal abotonada debajo de una chamarra de cuero café muy ajustada, unos jerseys de mezclilla verdes y unos mocasines cafés que hacían perfecto juego con la chamarra, le hacían parecer un hombre queriendo aparentar menor edad.

-Hombre. ¡¿Qué carajos te sucede?! ¿Qué forma de despertar a alguien es esa? –Contestó Dic.

-Bueno, estaba aburrido. –Admitió el hombre encogiéndose de hombros.


El ambiente, inundado hasta el techo de humo de cigarro se sentía frío y sofocado, y el ventilador de tres aspas que giraba excesivamente lento colgando del techo solo arremolinaba el gris y lo expandía mucho más. La cama, en el centro de la habitación era de herrería oxidada y solo tenía un delgado colchón perforado y manchado con la sangre que surgía de quien en ella yacía: Dic.

La única y solitaria ventana que estaba frente a la cama, y que derramaba una escasa luz en la habitación, tenía el vidrio ya amarillezco y rebozarte de manchas oscuras, quizá por el paso del tiempo o por el constante contacto durante los años al humo de tabaco. No se podía ver a través de ella, pero hacía que la habitación se viera lúgubremente amarilla.

Muchísimas colillas de cigarro tiradas por aquí y por allá salpicaban abundantemente la raída alfombra roja que en las roturas dejaba ver un piso de madera maltratado y casi podrido. Lo único sobre el suelo de la habitación era la cama, la silla, un buró junto a la cama sobre el cual había una lámpara de pantalla también amarilla, y una guitarra negra con la caja rota.

Las paredes estaban forradas de papel tapiz verde adornado con florecillas, que a su vez estaba muy deteriorado, raído y manchado, e incluso arrancado en algunas partes, formaban una habitación perfectamente cuadrada. El material de construcción debajo del papel tapiz era negro también.

El techo blanco, liso y sin bombillo u orificio por donde este, o cualquier luz pudiera filtrarse.


Dic. se talló los ojos y tosió, y después de toser gruño otra vez por el dolor. Después trató de moverse pero algo se lo impidió. Miró a su alrededor con mucho dolor. Lo que vio no le gustó: sus dos amadas alas, clavadas con tres estacas cada una a la cama en la que yacía. La sangre ya coagulada se veía casi roja a comparación de las negras alas.

Trató de mover las alas, lo cual le produjo un intenso dolor en los orificios. Gritó, luego trató de contener el grito, pero este último ganó y continuó gritando. El dolor lo sofocaba, y la impresión lo hacía luchar más contra su cautivo estado. El otro hombre solo se tapaba los oídos y hacía muecas de aburrimiento.


-¡Ayúdame con esto! –Exigió. El otro hombre se encogió de hombros y levanto las palmas abiertas de las manos.

-Pero si pareces estarlo haciendo muy bien –Soltó sarcásticamente.

-¡Ahora! –Gruñó Dic. El otro hombre se puso de pié y lo miro mientras trataba de zafarse dolorosamente.

-Lo único que se me ocurre es jalarte. Pero quizá te mate. –Afirmó severamente.

-¿Bromeas? ¿Morir? ¡Cierra la boca y jálame ya! –Ordenó Dic. El otro hombre extendió los brazos y cada uno tomó las muñecas del otro. Jalaron al mismo tiempo y las alas se desgarraron hasta soltarse. La sangre brotó por montones de los orificios derramándose en el colchón.

El dolor inundó la habitación junto con un ligero aroma a sangre. La cama se tiñó de rojo rápidamente, y muchas gotas cayeron en el alfombrado suelo, y al impactar en el suelo se amortiguaban con el polvo y la mugre presentes.

Pasó un tiempo para que el ronco grito cesara. El hombre soltó los brazos Dic, quien suspiró y se incorporó lentamente. Luego miró a la ventana y caminó hacia ella haciendo que el suelo crujiera. Sus pisadas a pie desnudo marcaban el suelo quitándole el polvo y la mugre. Dic solo llevaba puestos unos pantaloncillos cortos ajustados muy ajustados y una camisa blanca hecha jirones, que mientras caminaba hacia la ventana se arrancó y lanzó a la cama.

-¿Cómo ha estado el mundo sin mi?

-Igual que estuvo siempre.

-¿Cuánto tiempo has estado aquí? –Preguntó Dic sin dignarse a ver a su compañero, y en lugar de ello centró la mirada en la ventana.

-¿En tiempo del mundo? Unos cuarenta años.

-¿Por qué no me habías despertado antes? –Dijo algo indignado.

-Tu padre me dijo que no lo hiciera, hasta que me aburriera. –Se disculpó el otro hombre.

-Mi padre… -Susurró Dic.

-No te preocupes, él es viejo, morirá pronto y…

-Yo lo mataré. –Interrumpió Dic. –Su reino será mío…

-En realidad… todo será tuyo…

-Sí. –Soltó en tono irónico. Luego movió un hombro revisando su movilidad. –Creo que los clavos me lastimaron el músculo. Me duelen las alas.

-Tengo que preguntar… ¿Cómo vamos a salir de aquí?

-Eso depende…

-¿De que depende? –Preguntó.

-De cuanto tiempo llevo durmiendo… Así que dime… ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? –Preguntó retóricamente observando al otro hombre con el cabillo del ojo.

-¿Qué? ¿Qué pregunta es esa? Llevas dormido todas las eternidades tu bien lo…

-No se supone que mi nacimiento me liberaría de esta prisión. ¿O si? –Interrumpió Dic.

-Si, exactamente. El nacimiento lo liberará de su prisión.

-Y ¿Cuál es mi objetivo?

-¿Lo olvidaste? Es…

-¡No lo olvidé! Quiero que lo digas. –Masculló Dic con un movimiento brusco.

-No te alteres.

-¡Dilo! –Ordenó Dic. Luego miró al otro hombre directo a los ojos y retorció la cabeza. El otro hombre se puso muy nervioso y se pasó la palma de la mano por la cabeza…

-Es… -Comenzó a balbucear –Finalizar la existencia de los vivos y los muertos… es… es por eso… -El miedo en los ojos del hombre se hacía notar en el abundante sudor que brotaba por todas partes e su cuerpo. Su confianza había desaparecido –que te llaman como el último mes del año: Diciemb…

-¡Sabes bien que ese no es mi nombre Abaddon! –Explotó Dic.

-Tu nombre es Beelzebub. Perdóname.

-¿Y cuál es el tuyo? –Desafió Dic.

-Mi nombre es Abaddon… Tú ya lo sabes. –Dic miró la ventana de vuelta. Miraba un punto fijo más allá de la ventana, como mirando un punto inexistente… planeando. El silencio se apoderó del lugar.


Después de unas horas Dic se giró y vio al otro hombre.

-Tenemos que salir de aquí –Comentó con autoridad.

-¿Perdón? –Preguntó Abaddon. –Si… pero ¿Cómo?

-No es posible que no lo sepas.

-Me dijeron que tu…

-No te dirigirás a mí de esa manera jamás si quieres seguir existiendo. –Amenazó Dic.

-Perdón… ¿Alteza? –Suplicó Abaddon.

-¿Es mi perdón lo que pides?

-Si… por favor…

-¿Sabes como salir de aquí? –Interrumpió Dic. El otro hombre lo miró con miedo y se quitó los lentes negros. Sus ojos blancos comenzaron a llorar.

-No

-Entonces ya no te necesito. –Escupió Dic. Luego se dio la vuelta para seguir mirando la ventana. El otro nombre cayó al suelo suplicando. Después se levantó y comenzó a gritar de dolor,

-No me destruya por favor señor… -Gritaba.

-¡Silencio! –Ordenó Dic en una voz demoníaca. La garganta del otro hombre se agujeró y comenzó a sangrar a borbotones. Guardó silencio pero siguió retorciéndose. Cayó al suelo otra vez. Cientos de alimañas ponzoñosos surgieron del alfombrado rompiéndolo y acudieron a subir y alimentarse del cuerpo de Abaddon, que se seguía moviendo tratando de librarse de los bichos.

Las alas de Beelzebub se empezaron a abrir lentamente hasta tocar las paredes de la habitación. Eran unas alas negras hermosas, impecables, lo único que las perturbaba eran los agujeros que los clavos hicieron y la sangre que de estos aún brotaba.

-Llévatelo –Ordenó aún con las alas extendidas. De pronto el suelo de la habitación comenzó a abrirse doblando las paredes y el techo pero no rompiéndolos. Los bichos tomaron el cuerpo aún vivo de Abaddom y lo introdujeron en el hoyo, luego todos los insectos entraron también y finalmente se cerró dejando al demonio alado completamente solo.

-Ahora –Dijo dulcemente mirando la ventana. -¿Cómo salgo de aquí?




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6 de agosto de 2008

Gira El Dado

Gira El Dado




El día de hoy, aprendí que, aunque el dado gire, sigue siendo el mismo dado. Y que hay veces en las que las caras del dado pueden ser engañosas.




Verán. Pues, encontrábame yo arrumbado tristemente, desparramando todos mis órganos y extremidades sobre la superficie de la comodísima sala de mi abuela, escuchando estruendosas melodías que mi iPod reproducía mientras yo tamborileaba con mis dedos en su superficie, cuando mi abuelo bajó las escaleras (con su atuendo habitual que consiste en una bata de noche, pijama debajo de esta y pantuflas) y ofreciome tomar un chocolate de una caja que contenía unos siete pares de esos deliciosos postres acaramelados de envolturas brillantes. Sin dudar, y por el traicionero antojo, extendí mi brazo hacia la caja y me permití tomar la golosina mas cercana a la orilla, y que también era la más cercana a mí.


Entonces, cuándo levante el dulce, fue cuando me percaté de lo que me estaba sucediendo. Mi abuelo solo se dio la vuelta y se dirigió hacia otra persona para ofrecer sus aperitivos, e ignoró la expresión que en mi rostro se proyectó. No pude entenderlo en ese momento, solo me llené de preguntas la cabeza y al parecer desplacé toda posible respuesta hacia el borde del abismo donde lenta y suplicantemente cayó una a una hasta la completa oscuridad que acecha en aquellos confines de mi mente.


Me puse de pié como pude, sintiendo mis mojados tenis ajustados cortando la circulación de mis tobillos. Las palabras de la gente a mi alrededor impactaban mi impresión siendo diamantazos rompiendo una pared de hormigón bien cimentada. Tan agresivo como presumo últimamente haberme convertido, pausé la compleja melodía que en mis oídos percibía para caer en manos de la sinfonía del silencio mental que me agredía.


¡¿Cómo pude haber cambiado tan fuertemente (destrozando todo por lo que luche durante eternidades en mundos lejanos) en mi mente y mi alma sin siquiera haberme percatado de la tremenda atrocidad que mi propio subconsciente estaba erigiendo con bases potentes e imposibles de derrocar, hundiéndome en un mar de mortalidad y completa falta de abstracción compleja y transformándome así en uno de los entes simples y asquerosos que tanto aborrezco?!


¿Tomar el chocolate más fácil? ¿No crear un complejo patrón razonado y prediseñado para aparentar la aleatoriedad en las decisiones simples para así poder trabajar secretamente en los complejos acertijos que el destino me presenta sabiendo que puedo descuidar otro ámbito del vivir científico presentado ante mí como un simple chocolate? ¡He negado todo por lo que he vivido y aprendido! ¡He negado mi complejidad y he traicionado mi lado oculto! ¿Cómo podría perdonarse alguien el haber perdido tan fácilmente lo que tan arduamente se consiguió?


Me sentí como un ente sucio y bajo. Caí de mi propia gracia para revolcarme en la simpleza de la mente humana: tan sistematizada y ciega como una manzana cayendo del manzano directamente hacia la curiosa cabeza del pensador.


Transformar mi comportamiento en uno de ellos es comprensible cuando se trata de aparentar, para rescatar fines y metas importantes. Para el consumo del propio pensamiento, es inaceptable. ¡Para el comportamiento anatómico lleno de desvarío que se traslada por debajo de la superficie del momentum en situaciones cotidianas, es algo completamente blasfemo y herético!


Mi rostro y torso sintieron una salpicadura de sangre, que manchó la piel de mi alma para el resto de mis días. Esta mancha llevaría viva la esencia de mi fatídica metanoia hasta llegar al día del juicio de mi comportamiento activo. Supe a partir de esos escasos segundos que ya mi vida había cambiado, que había sufrido un cambio interior y que no me sería sencillo acostumbrarme a ello y que, aunque tratara de volver a ser el antiguo yo que disfrutaba de la soledad y el ensimismamiento en el pensamiento, la pesadilla de ese momento en el que traicioné todo por lo que luchaba me perseguiría por siempre.


Decidí entonces aceptar a este nuevo ser que lentamente surgía en mi interior y que me mostraba la posibilidad de destazar cruelmente a ese antiguo ser de ojos intranquilos cuya personalidad se había ya mezclado con cientos de otros entes y vertido en muchísimos moldes prefabricados y en ese largo proceso había perdido el fin de su búsqueda y el objeto de su vida, vaciando así sus esperanzas y sentimientos. Ese antiguo yo que había caído en tinieblas podía desaparecer. Un nuevo ser lleno de posibilidades sustituía potencialmente a un mundo de nostalgia y melancolía que por azares del destino apestaba a queso fundido.


Era tiempo. Lanzar los dados a la mesa y ver si el resultado era agradable a ojos propios y ajenos. Ver si la victoria podía expresarse poseída por mi ser. Ver la posibilidad de que la maldad en mi corazón desaparecería y todas esas mentiras pudieran, al fin, ser develadas sin temor alguno. Y entonces algo cambió.


En el acortado lapso de tiempo en el que esas palabras y sentimientos variados pasaban por el aura de mi reminiscencia recién sucedida y luego acudían presurosos hacia mi comprensión delirante, encontré que había dicho adiós a dos de las personas presentes y había caminado escasos metro y medio (o tal vez dos metros) hacía la puerta de madera y la había cruzado.


Mi abuela, hace ya algún tiempo, mandó colocar un adorno colgante sobre la puerta, en el interior de la casa, que consistía en tres campanas sostenidas fijas en posición de triangulo horizontal y una cadenita que, cuando el movimiento de la puerta perturba su estado de inmovilidad, choca velozmente contra las campanitas, que a su vez se sacuden produciendo un sonido diferente cada una. Todo el conjunto en un color dorado llamativo.


Cuando mi muñeca efectuó un raudo movimiento para cerrar la puerta tras de mi, pude escuchar la tranquila rapsodia que el trío de doradas siamesas componía. El estímulo tardo sólo unas milésimas de segundo en alcanzar mi cerebro, y justo antes de que esto sucediese, el aire arremolinado proveniente del exterior impactó contra mi cornea, lo cual me hizo parpadear. Al instante en el que el parpadeo y el jaleo de las campanas llegó a mi entendimiento complejo, pude formular una imagen perfecta de uno de los arañazos que en aquella puerta hay, y que seguramente fue provocado por alguno de los muchos gatos que mis abuelos han adoptado en calidad de mascotas. Aquel arañazo está en el lado exterior de la puerta, y recordé rápidamente que mi vista periférica era y ha sido estimulada con esta imagen incontables veces, al mismo tiempo que abro la puerta y se produce la tintineante melodía de las campanas que avisan sobre el movimiento en la entrada.


En mi subconsciente rápidamente una pregunta saltó llamando mi atención. ¿Cuántas posibilidades hay de oír, con exactitud completa, la misma composición musical proveniente de las campanas solo dos veces en la vida? Después de llegar a esta interrogante otra pregunta se apresuró dentro del umbral de mi conciencia. ¿Cuáles son los factores que deforman y transforman el movimiento vibratorio y musical de esas campanas y con que tanta exactitud se debería imitar para poder crear, de nueva cuenta, el mismo sonido ya escuchado una vez? Después de la cual, cientos de preguntas distintas comenzaron a atormentar la humilde puerta que separa mi conciente de mi subconsciente.


Entendí entonces que la complejidad y exactitud accidental de aquél hecho representaban la ausencia de cambio en mi ser. Entendí que había una rechoncha posibilidad de que haber tomado el chocolate más cercano a mi, había sido la forma más imprecisa de que mi mente demostrara, a mi ser conciente, lo fácil que pueden llegar a terminar las cosas y las personas, pero que por ser el poseedor casi completo de mi mente, había logrado descifrar el complejo laberinto que había creado exclusivamente para mi confusión y arduo sufrimiento, y no sólo había logrado hacer eso, sino que también lo había hecho sin darme cuenta de ello, lo cual, sin lugar a dudas, significaba que no había perdido mi habilidad innata para comprender las cosas con las que me hago rodear.


Un sentimiento de felicidad inundó veloz mi mente, como caudales desbocados de negras aguas en tormenta incesante. Sabía entonces, que mi mente habíase acostumbrado tanto a vivir a prueba y en riesgo de morir, que había creado su propia forma de probarse, de examinar su complejidad y su propia forma de tomar riesgos (por más que este riesgo fuera falso). Supe entonces que incluso cuando estuviese solo y aburrido podría hacerle cualquier reto a mi mente y esta lo respondería sin dudar. Me sentí satisfecho de ser yo mismo y de haber eliminado todo ese temor que en mi se extraditó cuando pensé haber encontrado perdida mi complejidad y personalidad. Mi mente me había jugado una mala pasada que había dado buenos resultados.


En la siguiente fracción de segundo, mis ojos terminaron de parpadear. Los músculos de mi rostro esbozaron una sincera sonrisa. Y giré el cuello para mirar el rasguño en la puerta. Comprobé que efectivamente estaba allí y no necesité de nada más para saber que en ese momento no había cambiado. El dado había aparentado girar, pero seguía sin moverse.


Durante el siguiente momento, mi mente se saturó con la pregunta: ¿Y si el tomar el chocolate de la esquina, fue un acto completamente aleatorio y no tiene nada que ver con todo lo que has pensado en el último segundo? Decidí ignorar esa pregunta y compartirles esa espeluznante experiencia, así que decidí dirigirme a mi casa. Dí un último vistazo a la cicatriz en la rugosa piel de la puerta y un escalofrío recorrió mi piel.


-Lloverá –Comenté para mi mismo y sin más que hacer me encaminé hacia mi hogar.


Así es como termino este, quizá incomprensible, texto lleno de dudas y desesperación mental. Espero ser capaz de traerles trabajos parecidos y de proporciones adecuadas. Y por si alguien se lo preguntaba (aunque en realidad lo dudo): Si, el chocolate estaba exquisito.


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4 de agosto de 2008

Barreras Dormitando [III. Defensa]

Así que quizá pensaron... Oh Dios, hará lo mismo de siempre y dejará la historia inconclusa... ¡Pues no lo haré!

Barreras Dormitando




[III. Defensa]

17 Abril


Una cortina de humo y tierra se levantó repentinamente. El cielo era casi imposible de vislumbrar tras la gruesa capa de humo negro que se levantaba de los incendios cercanos. Por todas partes los gritos desesperados de personas heridas o moribundas convertían el ambiente, ya inundado de ruidos de disparos y explosiones, en una pesada masa densa que caía sobre todo lo presente.


La cortina se disipó mientras cualquier ser vivo cercano la ignoraba. El teniente Hólonim hizo una seña indicando a su escuadrón avanzar, los siete soldados, cubiertos con pasamontañas, obedecieron. Se filtraban entre los escombros y las trincheras moviéndose rápidamente hacia el norte y comunicándose por auriculares conectados por radio, con disparos zumbando a su alrededor.


Llegaron frente a una clase de bunker militar cerrado con una pila de escombros.

-Cero seis, cero nueve y treinta y dos vienen conmigo; Doce, trece y quince se quedan cuidando la entrada, y no se les ocurra economizar munición. Disparen como si sus malditos traseros de marica dependieran de ello.


Los tres soldados asintieron y se resguardaron dándole la espalda a la puerta y los otros cuatro se acercaron a la puerta. Después de colocarle explosivos y alejarse, el escombro voló en pedazos y los cuatro entraron.


-El equipo alfa viene en camino. –Dijo trece a quince.

-Y ¿El helicóptero?

-Lo derribaron, enviaran otro, pero tardará. –una ráfaga de balas se estrelló entre ellos. Ambos tomaron refugio instantáneamente.


Los disparos cercanos cesaron, pero los lejanos jamás paraban. Ambos respondieron el fuego copiosamente, tal y como se les había indicado. Rápidamente vieron que todos los enemigos eran neutralizados.


-Hay que movernos, debe haber más de ellos por allí, tomémoslos por sorpresa antes de que ellos nos lo hagan a nosotros. –Sugirió quince.

-De acuerdo –Accedió trece.

-Esperen, esperen. –Interrumpió doce. Su voz delató su femineidad –Se nos ordenó hacer guardia a esa entrada –Continuó señalando el boquete hecho por los explosivos –Y eso es lo que tenemos que hacer.

-¡Mierda, doce! Siempre tienes que dejar aflorar esas hormonas. –Masculló quince.

-Di una palabra más y cerraré tu boca con plomo maldito im…

-¡Oye, oye, oye! ¡Calma los dos! –Interrumpió trece. Luego los miró unos segundos. –Ella tiene razón. -Concedió –Si uno se…

-¡Maldición trece! ¡Siempre le tienes que dar la razón a ella! ¿Solo porque tiene pechos y yo no? –Arremetió quince

-No, ¡Escucha! Si uno de nosotros va allá solo puede morir, y si dos van o todos vamos, la entrada quedará al descubierto…

-Así es, la orden fue resguardar el Área –Dijo la voz del teniente Hólonim desde los auriculares de los tres. –Ignoren las impulsivas ideas de quince.

-¡¿Estaba escuchando?! –Gritó quince enfurecido.

-Claro que si. Toda la conversación, con un impulsivo como tú, no podía dejarlos solos. –Dijo Hólonim con un dejo de obviedad. –Además… trece es muy manso…

-¡Oiga! Estoy escuchando también –Interrumpió trece.

-…Y sabía que diría que si a cualquier locura que se le ocurriese a quince. Por eso dejé a doce con ustedes. Ella será su cerebro, par de animales. –Los ojos y ceño fruncido de quince delataban su ira, y la inexpresividad de trece su disculpa. –Doce, tienes permiso para llevar la batuta temporal en ausencia mía.

-Si señor. –Obedeció doce. Quince lanzó su auricular al suelo con furia y comenzó a soltar improperios al aire.

-Estamos teniendo algo de problemas aquí dentro, pero ya casi llegamos al objetivo. –Comentó el teniente. –No permitan que…

-¡Tomen posiciones! –Alcanzó a ordenar doce antes de que el sonido de muchísimos disparos que pasaron zumbando junto a ellos cubrieran sus voces. Los tres se lanzaron a sus costados huyendo del peligro.


Quince se resguardó tras una pared de concreto en medio de la balacera. Miró a doce entre las balas esperando órdenes o una estrategia que los ayudase. Notó que ella movía sus labios pero no la escuchaba. Miró el comunicador en el suelo a solo unos metros de distancia. Luego devolvió la vista a doce, que se quitó el pasamontañas para que él pudiese leer sus labios. Su cabello era muy corto y su rostro bello pero sucio. Empezó a gesticular. Quince señaló su pecho y luego el auricular. Ella respondió con señas prohibiéndole ir a recogerlo. Él esperó a que el fuego cesara. Pudo oír las voces de los enemigos decir algo en otro idioma. “Es mi oportunidad” pensó, y sin demora corrió hacia el comunicador, derrapó en el suelo y lo recogió.


Una cegadora luz blanca lo envolvió. Sintió sus pies separarse del suelo y unos momentos después su espalda golpear el suelo. Sus oídos quedaron completamente aturdidos y lo único que captaban era un atormentador zumbido. Sintió su pulso en la cabeza fuertemente y a velocidad muy acelerada. Trató de moverse, pero sintió su cuerpo muy pesado. Abrió los ojos y solo recibió imágenes confusas. El sonido lentamente se empezó a aclarar, y escuchó vagamente las balas pasando junto a él y algunos gritos muy lejanos. “Estoy muerto” Pensó. Luego un atolondrado dolor en la rodilla lo hizo ponerse tenso. “Los muertos no sienten dolor… Mierda, sigo vivo. Y quiero seguir así.” Su visión se volvió nítida casi al mismo tiempo que los sonidos. Después de ello el dolor lo inundó. Gritó.

-Los muertos no gritan –Escuchó decir a trece. –Está vivo. ¡Baphomet, cúbreme! –Ordenó dirigiéndose a quince –¡Voy a ir por ti! ¡Tu también Áyem! –Terminó dirigiéndose a doce. Quince tomó su rifle de asalto y comenzó a disparar hacia el sitio donde provenían la mayoría de los disparos. Trece se deslizó veloz hasta llegar detrás de quince y lo tomó del cuello del traje para empezar a jalarlo. –No dejes de disparar.

-No lo haré.

-Áyem, ve por detrás y embóscalos –Ordenó trece jalando a quince mientras este último vaciaba su arma en solo paredes y el suelo que cubría a los enemigos.

-¿Perdiste la cabeza? Enviar a un solo hombre a emboscarlos es asesinato, y no pienso caminar hacia mi muerte. –Respondió doce en el comunicador.

-Creí que eras mujer.

-¿Qué? Si… Tú sabes lo que…

-¡Ve! –Interrumpió trece –¡Ahora! ¡Es nuestra única oportunidad! –doce guardó silencio. Trece lo interpretó como una afirmación. –Dejaré a Baphomet en la casita junto a la trinchera cerca de donde el teniente se separó, luego te alcanzaré. –“Mierda, sabía que esta era una misión suicida” pensó.


Trece dejó a quince con la espalda contra la pared de madera y después ambos se quitaron el pasamontañas. Cuatro paredes de madera gruesa de dos por cuatro metros. Adentro únicamente estaban los dos hombres, no había nada más a excepción del agujero donde hubiera encajado una puerta si la hubiese habido. En el suelo y pasando por el umbral de la puerta hasta la pierna de quince, había un rastro de sangre. La mitad de su pierna había desaparecido y la sobra destazada de su extremidad sangraba a borbotones, el dolor lo confundía.

-Teniente –Empezó trece dirigiéndose al comunicador. Sus manos temblaban, sabía que la operación estaba sucediendo como se suponía que no sucediese. –Tenemos un hombre herido. –Solo estática respondía a su llamado -¡Teniente! ¡Maldita sea!

-¿Dónde está mi comunicador?

-¡Teniente responda! –Masculló trece enfurecido.

-¿Dónde está mi comunica…?

-Creo que se te cayó por ahí. –Interrumpió trece con furia la pregunta ya antes formulada de quince. El sonido de la estática en su oído lo desesperaba. Sabía que era posible que el teniente hubiera muerto. Aún así siguió intentando. –Teniente conteste. Aquí trece, tenemos un hombre herido, doce está emboscando a los enemigos. Repito hombre…

-No creo que valla a contestar. –Dijo quince imitando la voz de un niño que busca a su madre. Trece lo ignoró.

-Teniente, aquí trece… ¡Maldita sea responda! Quince está herido y doce esta…

-¿No tienes calor?

-Teniente responda. Es una emergencia. –No obtuvo respuesta. Se resignó. Comenzó a pensar en una posible salida, una forma de escapar con vida.

-Mi pierna está sangrando mucho… -Interrumpió quince en tono burlón.

-¡Cállate! Intento salvarte la vida.

-Si, como no –Replicó quince sarcásticamente. –Apuesto a que solo tratas de llamar a los otros para que vengan a cuidarme mientras te vas a buscar a doce.

-¡La culpa es tuya idiota! Si no te hubieras quitado el transmisor hubieras sabido del lanzagranadas y no te…

-Ah… ¡Tonterías! Solo tratas de desviar el tema porque sabes que la obligaste a ir… al suicidio. ¿O no?

Trece lo miró con furia y guardó silencio ante la mirada desafiante de quince. Aunque sabía que en eso tenía razón, no quería que él se lo dijera, pues había sido quien los orilló a usar esa táctica tan precipitada.


Trece salió de la casita y miró a su alrededor. Comenzó a tratar de contactar a doce, quien si recibió la señal.

-Doce, guarda la posición. Voy a ir a sacarte de allí… Solo… aguanta. –Pidió preocupado. Luego empezó a alejarse.

-¡Oye! ¡Oye! ¿Qué se supone que haga yo? –Gritó quince.

-No lo se… haz un torniquete con tu camisa… piensa en algo. Trataré de volver antes de que ellos lleguen aquí.

-Si claro… ¡Al menos déjame tu transmisor! –Trece ignoró esta última petición y se fue corriendo.


-Perfecto… lo que necesitaba… -Dijo quince para si mismo. –Que me dejen solo… Y con la pierna… o mas bien sin ella. Perfecto… ¡Perfecto! –Gritó enfurecido.

Se arrancó un pedazo de camisa y la amarró fuertemente a su pierna soltando toda clase de maldiciones e improperios. Luego se quedó esperando mucho tiempo.


Un hombre de uniforme desconocido se paró en el umbral de la puerta. Quince no dudó y le llenó el organismo de plomo. Muchas voces rodearon el lugar, otro hombre a lo lejos comenzó a dispararle, quince respondió el fuego y logró derribarlo. Luego un hombre más disparó y este le acertó en un hombro.

-¡Morirás maldito bastardo! –Espetó disparando. Ese hombre también cayó. Luego otro se mostró, esta vez solo dos balas salieron de su arma y luego se quedó vacía. El hombre esquivó los disparos. –Cómo decía mi madre… Nunca vayas a la guerra sin munición… Mierda… -Dijo para si mismo. Trató de pensar en otra solución, pues tenía las balas pero los demás cargadores estaban vacíos y los enemigos no esperarían a que las colocara. Tomó una de sus cuatro granadas y la miró. –Y yo sin cigarros… -Comentó apreciando la ironía de su situación. Quitó el seguro de la granada y la lanzó. Luego pensó que la granada no podría llegar muy lejos, y con gran esfuerzo se movió unos centímetros lejos de la vulnerabilidad que le dejaba la falta de puerta.


-¡Allí les va otra imbéciles! –Gritó un momento después de lanzar la segunda granada. –¡Ustedes no me van a matar bastardos! –Escuchaba aún las voces y pisadas de varios soldados enemigos afuera de la casita. Sabía que aunque lanzara las cuatro granadas, ellos no morirían. Así que tomó la tercera y cuarta granada y colocó una de ellas en su regazo. Le quitó el seguro a la otra. Escuchó el sonido de la granada activándose mientras las piezas se alejaban lentamente en el pequeño espacio.


Fue entonces cuando lo supo. Pensó en ello un momento y lo negó. Lanzó la granada y justo cuando esta abandonó su mano, entendió que era lo que merecía, y que había desperdiciado su vida y había sido una molestia para todos a su alrededor. Había cavado su tumba con sus dos manos y su rifle. No le gustó ser quien era, pero supo que era tarde para cambiar.


Aceptó entonces su destino.

Moriría.


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