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Memoriasencadenadas

23 de mayo de 2009

Hoy Puedo Matarte

Ok, esta vez quizá se sorprendan por el estilo y quizá no lo entiendan (sobre todo el primer párrafo) a la primera, pero en realidad creo que es un texto muy creativo y muy bien llevado (dentro de ese estilo). A cualquier autor que les recuerde es mera coincidencia. Aún no lo edito, porque me dio eterna flojera, así que sean pacientes con errores pequeños (aunque aun así señálenlos). La idea se desarrolló a sí misma durante la creación así que puede parecer algo rara: No desesperen. Notarán que los personajes están muy bien creados (¿soberbia yo?), pero aún así, por favor, destrozen el texto, porque yo lo amé, pero necsito saber qué tan mal realmente quedó. Sin más, se los dejo. ¡Comenten!

Hoy Puedo Matarte

¿Y dónde estaba yo ahora? Sosteniendo esa Smith & Wesson con la mano casi temblorosa mientras miles de pensamientos se filtraban en mi mente cuan clavado de gaviota que trata de alcanzar un pez brillante que se ha acercado a la superficie receloso del vuelo de las aves que son libres para visitar las montañas que al pez sólo le estorban y tiene que rodear para llegar al sitio de desove donde podrá instintivamente hacer que su frágil especie perdure sólo un poco de tiempo más; como sombras de malandrines, que se proyectan en ese pequeñísimo espacio entre la puerta y el suelo, un momento antes de que su victima pueda levantarse a llamar inútilmente a la policía que al llegar sólo encontrará un cadáver golpeado de un hombre viejo que trató de luchar contra sus asaltantes y que no logró más que enfurecerlos más; igualmente que la imagen impávida de un momento hipócrita que se muestra ante el camarógrafo y que se introduce en el lente sin previo aviso para impregnarse en la cinta por acto natural de los químicos guardados en el rollo, y que después ha de ser revelada para quedar por siempre impresa en un papel especial que será entregado a las personas de la imagen hipócrita para que por mucho tiempo puedan colgarla en su pared argumentando que fue un momento muy memorable; así se filtran todos esos pensamientos temerosos que hacen que en mi columna se asiente y transmita la sensación de que seré muerto en sólo unos pocos momentos, porque no vale la pena hacer lo que estoy haciendo y que toda mi vida sería desperdiciada en el momento en el que mis ojos vieran cómo el momento de desesperación se congelara súbitamente sosteniendo todas estas letras de incomprensión en el delgado aire caluroso que recibimos en la habitación, mientras me sigo preguntando todas estas cosas que hacen que mi inseguridad crezca y mi mano tiemble un poco más: que si ellos están apuntándome con sus rifles con mira telescópica justo en la cabeza, preparados para jalar del gatillo en cuanto yo lo haga; que si es antiético destruí una vida que yo no creé; que si en tu mano sostienes la dinamita que nos hará volar a todos como cristales de un vaso rompiéndose al chocar contra la pared, y que tratas de ponerla frente a tu cara expresando todos esos miedos divagatorios que quieren impedir que te mate infringiéndome a mí el miedo de la propia muerte; que si en mi casa me estarán esperando Susy, con una cena maravillosamente sazonada sólo para nuestra cena de aniversario, y Miguelito jugando con Pulgas a que atrape la pelota que yo le regalé en su cumpleaños número 7; que si tendré que comenzar a creer en una deidad en los siguientes segundos para no quedar suspendido en un respiro incontrolable del espacio innegable de una realidad de cuya existencia, en este momento, no puedo dejar de dudar; que si mi funeral dejará a mi Susy y a mi Miguelito pobres y en la calle por no tener una fuente fiable de ingresos y que probablemente pidan auxilio a mis suegros para ser corridos de la casa como pordioseros, todo porque Susy huyó de casa a los 19 para vivir la fantasía de amor que le ofrecí y que curiosamente no pensaba cumplir, pero que logré; que si el músculo de mi brazo cederá por la tensión y dejará caer el revolver el suelo impidiéndome obtener mi objetivo; que si los planes de mi venganza, que han sido preparados desde hacía ya dos años y que fueron tan perfectos para traerme aquí frente a ti, temerosa de mi posible acción y de la muerte, fueron acertados y lograré asesinarte; que si el odio que sientes por mí en el preciso momento en el que pienso todo esto es igual o más grande que el miedo que sientes por mí, y que si el odio que siento por ti en el momento en el que pienso todo esto es igual o más grande que el miedo que sientes por mí…

Pero ya fuera de mis pensamientos, puedo ver la macabra sonrisa que entre sollozo y sollozo, entre súplica y ruego, esboza tu torcida boca escupidora de mentiras y que se convierte en perfecta sinfonía tétrica a la vez que me amenazas con tu cartucho de dinamita, agitándolo como si esperaras que los movimientos bruscos de una asquerosa criatura, como lo eres tú, me pudieran calmar y hacerme pensar en un perdón que no mereces recibir. Ya fuera de mí, tenemos al posible escenario de que mueras tú y yo logre escapar por entre los matorrales que hay río abajo a sólo unos metros de aquí; el de que mueras y yo sea asesinado por el arma que emite ésta lucecita roja que está bailando en mi rostro, que cruza la ventana y que su dueño está muy lejos irritándome con su molesto láser, y que así mis sesos sean esparcidos por la mitad de la habitación al igual que los tuyos lo sean por la otra mitad; podría también arrepentirme en este preciso momento de divagación fortuita y bajar el arma que apunta tan directamente entre tus cejas, y cruzar el umbral de la puerta para huir, sabiendo que después iré a prisión si soy encontrado y que me arrepentiré de no haberte asesinado sólo por el miedo que me infundió la posibilidad de ser también asesinado por los miembros de las fuerzas especiales de policía; podría también decidir que todos estas ideas sueltas que lentamente parecen estar tejiendo la bufanda que me ahorca tan irónicamente, son demasiado pesadas para llevar y que ya he arruinado mi vida y no podré tener otro segundo de paz de aquí hasta mi muerte y que más valdría poner la fuerza del calibre de mi revolver en mi propia cabeza y sólo lograr producirte un trauma que durará hasta que tu féretro sea habitado por tu cuerpo (eso me gustaría); sin embargo también existe cualquier combinación posible de estos escenarios, creando así un escenario híbrido que no satisface por completo a ninguno de los integrantes del tenso acto cuya fecha fue decidida por unas cuantas copas de coñac que tomé hace apenas un par de horas y que aún no han desaparecido de mi aliento, así podría suceder que te matara pero no lograra escapar pues me hirieran en otro lugar y me arrestaran, que bajara el arma para huir y entonces una bala traspasara mi cráneo, que decidiera suicidarme y mi arma s trabara y entonces viera todos mis deseos frustrados (que es poco probable pero sigue siendo una divertida posibilidad), o incluso que enloquezcas en este preciso instante y arrojes la dinamita hacia mi cuerpo y entonces tú y yo seamos consumidos por la temblorosa llama de una explosión que llevaría nuestros órganos hasta quizá un par de kilómetros más allá del río por la concentración de explosivos que hay en la docena de cajas que hay tras de ti; y no, no estoy contemplando la posibilidad de que logres hacerme entrar en razón y dejemos nuestros objetos amenazantes y nos acostemos tres noches después del incidente como ya ha sucedido en un par de ocasiones pasadas (en el bar tommings y en casa de Julio).

Tengo terminantemente prohibido el siquiera llegar a imaginar que todo lo que en este momento está pasando por mi mente es irreal, pues esta clase de razonamientos filosóficos son los que siempre han terminado de escurrir por mi cerebro momentos antes de que algo terrible suceda, como otro de esos ataques de esquizofrenia que ya tanto aborrezco, sin embargo ante la posibilidad de estar sufriendo uno de esos ataques en el preciso momento en el que mi brazo tiembla apuntándote con el revolver y tu lóbrega sonrisa me muestra que no te importa morir, pienso que lo mejor entonces sería parar e internarme en un estado catatónico de razonamientos infundados que sigan por el camino serpenteante de la locura hasta alcanzar las píldoras que hay en mi bolsillo izquierdo y que no tardarán en mostrarme si la realidad es lo que la cámara fotográfica de aquel fotógrafo logró captar como hipocresía o si la imagen muestra a una sonriente y feliz familia sin problemas que sólo soñó con tomarse una fotografía para colgarla en su pared y por siempre tener un recuerdo memorable. De cualquier manera sé que mi vida, de hoy en delante no podrá jamás ser lo que era, quizá me arrepienta o tal vez consiga la felicidad, pero hoy ha cambiado el rumbo de mi monótona existencia, y eso ya es placentero por sí mismo.

Pero ya no puede matarla. Porque aunque su dedo está a micras de lograr que el gatillo active el funcionamiento de la maquinaria interna de la Smith & Wesson para que la bala se dirija a hacer estallar la cabeza de la persona a la que más odia en este día y que no puede evitar sentir ansias de matar, todas las posibilidades que en su propia mente se han esbozado, son sólo lamentos fúnebres que están sobreviniendo en él mientras aquél líquido verdoso y transparente de la jeringa de la doctora Martínez hace su efecto en la sangre del paciente.

Hoy ya no puedo saber si te estoy asesinando otra vez o si eres sólo el cadáver que duerme junto a mí en mi habitación del hospital, lo que sí sé es que desde que tengo conciencia de lo que tú realmente eres, he querido asesinarte, y hoy, gracias a esas dos copas de coñac que me inspiraron a precipitar el plan que durante años manipulé para que fuera perfecto, puedo tener el placer de terminar contigo como cuando el director de cine termina su opera prima y acude al estreno para mirar los rostros expresivos de la gente en las butacas rojas, o el escritor ve en las librerías su primer libro, siendo hojeado por un joven que no lo comprará pero que comentará de lo encontrado con sus amigos y entonces dos de ellos, aficionados a la lectura, podrán comprarlo para disfrutar de sus palabras. En este momento puedo matarte aunque no seas real, ni yo lo sea y seamos sólo retazos de una enfermedad controlada en un paciente rehabilitado en Londres que trató de dormir una siesta matutina, pues hoy es sábado y su despertador sonó pero no necesita ir a trabajar hoy, por lo que decidió volver a dormir pero, para no despertar a su esposa, decidió dormir en su sala nueva con cojines de piel carísima de un animal, cuyo nombre no puede pronunciar, de importación de algún país desconocido, pero que al despertar notó que su esposa se ha ido con otra mujer de compras y que al tratar de localizarla se tropezará con el cable de Internet que intencionalmente él mismo colocó en el suelo por las remodelaciones que está haciéndole a la casa, y caerá por las escaleras dañándose así la cabeza que comenzará a crear nuevas imágenes complejas y enfermizas de nosotros dos en una habitación de un valle en Guanajuato, cerca de un río, donde trataré de matarte mientras blandes una dinamita y un láser proveniente de un policía de las fuerzas especiales lastima mi ojo izquierdo y me hace tener más ganas de dispararle a la dinamita y no a tu cabeza de cabellos perfectos. Y si bien es cierto que todo esto aún no ha sucedido, nosotros ya lo estamos viviendo.

Fue cuando lo supo. Jalar del gatillo la asesinaría a ella destrozándole la cabeza, a él también por el disparo del policía, y al policía también porque sería entonces cuando el hombre londinense despertaría en una habitación del hospital psiquiátrico recomenzando su tratamiento. Y disparó.

20 de mayo de 2009

Incendiar Una Estrella

Otro para la sogem, se suponía que trabajáramos en el tono del narrador, e hice una combinación entre exagerado y leyendesco... pero... no sé si qudó bien... lo demás (fuera del tono del narrador) me gustó. Entonces le platiqué a Neru y me hizo una sugerencia épica que me ayudó mucho con el tono del narrador (primer coment). Se le agradece infinitamente. La primera es con el tono del narrador bien definido (aunque como que se volvió personaje) y la segunda es la versión original. Me gusta más la segunda versión, es decir la primera que aparece aquí... La imagen, robada, como siempre... ¡Comenten!

Incendiar Una Estrella

En algún día de algún año reciente, en algún lugar del pequeño espacio en el que todos vivimos, me topé con un par de estrellas cuchicheantes que estaban comentando el caso de un jovencito muy interesante cuyo sueño era uno muy particular. Y como su humilde narrador no puede evitar traerles una buena historia, les contaré lo que escuché.

Me dijeron las luces, que una noche fría y despejada, un pobre niño, cuya edad apenas superaba los diez años, salió al jardín mirando al cielo nocturno. Se recostó en el pasto sosteniendo mucho llanto en su interior y cerró sus ojitos muy fuerte.

–Muérete Aru, vamos… sólo tienes que morir. Ya no pienses, sólo muere.

Las palabras apenas salían por el gran nudo en su garganta. Trataba de que no se le escapara ni una sola lágrima y que en lugar de eso se acumularan en él para ahogarlo por dentro. Un sentimiento terrible, sin duda.

–Sólo cierra los ojos y desaparece. Desaparece y ya.

Apretó sus puños y ojos lo más fuerte que pudo, tratando de desaparecer, pero por más que intentaba e intentaba estaba atrapado en sí mismo. Pero el pequeño tenía fe en que para desaparecer se tenían que tumbar todas las barreras de la mente, extenderse hasta el infinito para luego ser uno con este último, y así dejar por siempre su cuerpecito inútil. Esto obviamente nunca lo había logrado, pero no por eso dejaría de intentar.

–Se el vuelo Aru. Que el viento te lleve hasta donde quieres llegar –susurró ordenándose. Entonces algo impensado sucedió: El viento sopló tan fuerte como un huracán. Aru sintió cómo la corriente se llevaba parte de él, para lentamente esparcirla por todos lados, pero no era suficiente. Aún había muchas cadenas atándolo al orbe azul.

–Deja los sueños Aru, los tuyos y los que todos tienen de ti ¡Que caigan todos los sueños! –Dijo inconsolable.

Inmediatamente una gran canica brillante, cayó desde el firmamento hasta la tierra haciéndose polvo y soltando un líquido brillante de cargado aroma azucarado. El polvo luego se unió al viento, el cual emprendió una danza alborotada soplando hacia los cuatro puntos cardinales para que luego, como estrellas fugaces, comenzaran a granizar más esferas, de todos los colores, que impactaban como meteoros furiosos en el suelo. Un poco del líquido de ilusión salpicó el rostro del infante, pero él no abrió los ojos, sólo percibió el aroma que rápido se propagó en la danza aérea.

–Hiere a todos, ¡que la vida se libre de ti, Aru! –Gritó saliendo de sí.

Cayeron entonces inertes todos sus conocidos, cada uno en su lugar. Y, mientras sus cuerpos se derretían para olvidar a Aru, sus espíritus eran llevados, por el viento de tormenta, hasta el cielo, esquivando la lluvia de sueños que hacía crecer el empalagoso aroma.

–¡Incendia las estrellas! ¡Que caiga el cielo!

Y todos los astros, que él veía como puntitos de la bóveda celeste, perdieron su lejana luz, cada una detrás de una pequeña flama que no tardó en combinarse con las demás para crear un cielo rojo y una lluvia de cenizas que cubrieron al planeta entero. Uno a uno, los soles lejanos desaparecieron entre el ímpetu del infierno volador.

Escuchó, Aru, la sinfonía destructiva en la que estaba habitando. Viento agitándolo todo y arrojando objetos hacia cualquier dirección; cristalazos por doquier y chapoteos salpicándolo todo; el suave canto de las almas de sus amados elevándose; el ruido del fuego inmenso, como mil tormentas sobre el mar, cubriendo todos los horizontes. Supo que ahora estaba listo para desencadenar su última orden. Y así hizo.

–¡Desvanece la razón! –Gritó dentro de su cabeza.

Burbujas escaparon de las rocas tratando de encapsular cada sonido, convirtiéndose en domos de eufonías maravillosas que cualquiera hubiera querido escuchar. Los árboles echaron a correr escapando de la lluvia de sueños y cenizas. El aroma dulce se apelmazó y se volvió algo insoportable. La sangre huyó de los animales mientras estos caían hacia sí mismos en una espiral infinita. Magma frío, del suelo se filtró, inundando hasta el último rincón visible.

Ahora era el momento de cumplir su sueño.

–Desaparece –susurró.

Cuan aleteo de colibrí, la negrura se apoderó de todo, y hasta los sonidos y el aroma desaparecieron. Silencio y negrura absolutos. Todo pareció ausentarse en ese momento. La realidad parecía quebrantada. Un golpe de enorme alegría lo invadió al instante y abrió los ojos. Yo no lo hubiera hecho.

Vio los puntitos blancos del cielo nocturno tal y como siempre los había visto. Una suave brisa le alborotó el cabello y meció las copas de los árboles perturbando el silencio casual de la ciudad dormitante. Nada había sido real.

Suspiró frustrado. ¡Había fallado otra vez! Mil veces lo había intentado y mil veces había fallado, por lo que no se sintió tan decepcionado, pero en esta ocasión había estado tan cerca que incluso había sentido cómo las lágrimas dejaban de presionar contra sus párpados y el nudo de su garganta se desvanecía…

Vino a su mente la posibilidad de haberse quedado dormido.

–¿Fue un sueño? ¿Y si todo esto es mi imaginación? ¿Y si no puedo desaparecer así? ¿Y si jamás pudiera lograrlo? –se preguntó.

En ese momento rompió en llanto. Se puso de pie y se metió corriendo a la casa.

Pobrecillo de Aru, porque lo que no supo fue que una estrella, al final de la galaxia, se cubrió un par de segundos por una llama tan joven como él y desapareció entre los retazos de un sueño que jamás sería cumplido.


Incendiar Una Estrella
(Versión original)

Cuentan las estrellas sobrevivientes, que una noche fría y despejada, un pobre niño, cuya edad apenas superaba los diez, salió al jardín mirando al cielo nocturno. Se recostó en el pasto sosteniendo mucho llanto en su interior y cerró sus ojitos muy fuerte.

–Muérete Aru, vamos… sólo tienes que morir. Ya no pienses, sólo muere.

Las palabras salían con dificultad por el gran nudo en su garganta. Trataba de que no se le escapara ni una sola lágrima y que en lugar de eso se acumularan en él para ahogarlo por dentro.

–Sólo cierra los ojos y desaparece. Desaparece y ya.

Apretó sus puños y ojos lo más fuerte que pudo, tratando de desaparecer, pero por más que intentaba e intentaba estaba atrapado en sí mismo. Pero tenía fe en que para desaparecer se tenían que tumbar todas las barreras de la mente, extenderse hasta el infinito para luego ser uno con este último, y así dejar por siempre su cuerpecito. Nunca lo había logrado, pero no por eso dejaría de intentar.

–Se el vuelo Aru. Que el viento te lleve hasta donde quieres llegar –susurró ordenándose.

Entonces el viento sopló tan fuerte como un huracán. Sintió cómo la corriente se llevaba parte de él, para lentamente esparcirla por todos lados, pero no era suficiente. Aún había muchas cadenas atándolo al orbe.

–Deja los sueños Aru, los tuyos y los que todos tienen de ti ¡Que caigan todos los sueños!

Una gran canica brillante, cayó desde el firmamento hasta la tierra haciéndose polvo y soltando un líquido brillante de cargado aroma azucarado. El polvo se unió al viento, el cual emprendió una danza alborotada soplando hacia los cuatro puntos cardinales para que luego, como estrellas fugaces, comenzaran a granizar más esferas, de todos los colores, que impactaban como meteoros en el suelo. Un poco del líquido de ilusión salpicó el rostro de Aru, pero él no abrió los ojos, sólo percibió el aroma que rápido se propagó en la danza aérea.

–Hiere a todos, ¡que la vida se libre de ti, Aru!

Cayeron entonces inertes todos sus conocidos, cada uno en su lugar. Y mientras sus cuerpos se derretían para olvidar a Aru, sus espíritus eran llevados, por el viento de tormenta, hasta las estrellas, esquivando la lluvia de sueños que hacía crecer el empalagoso aroma.

–¡Incendia las estrellas! ¡Que caiga el cielo!

Todos los puntitos de la bóveda celeste perdieron su lejana luz, cada una detrás de una pequeña flama que no tardó en combinarse con las demás para crear un cielo rojo y una lluvia de cenizas. Uno a uno, los soles lejanos desaparecieron entre el ímpetu del infierno volador.

Escuchó la sinfonía destructiva en la que estaba habitando. Viento agitándolo todo y arrojando objetos hacia cualquier dirección; cristalazos por doquier y chapoteos salpicándolo todo; el suave canto de las almas de sus amados elevándose; el ruido del fuego inmenso, como mil tormentas sobre el mar, cubriendo todos los horizontes. Supo que ahora estaba listo para desencadenar su última orden.

–¡Desvanece la razón! –Gritó en su cabeza.

Burbujas escaparon de las rocas tratando de encapsular cada sonido, convirtiéndose en domos de eufonías maravillosas. Los árboles echaron a correr escapando de la lluvia de sueños y cenizas. El aroma se volvió algo insoportable. La sangre huyó de los animales mientras estos caían hacia sí mismos en una espiral infinita. Magma frío, del suelo se filtró, inundando hasta el último rincón visible.

Ahora era el momento.

–Desaparece –susurró.

Cuan aleteo de colibrí, la negrura se apoderó de todo, y hasta los sonidos y el aroma desaparecieron. Silencio y negrura absolutos. Todo pareció ausentarse en ese momento. La realidad había sido quebrantada. Un golpe de enorme alegría lo invadió al instante y abrió los ojos.

Vio los puntitos blancos del cielo nocturno tal y como siempre habían estado. Una suave brisa le alborotó el cabello y meció las copas de los árboles perturbando el silencio casual de la ciudad que duerme. Nada había sido real.

Suspiró frustrado. Había fallado otra vez. Mil veces lo había intentado y mil veces había fallado, por lo que no se sintió tan decepcionado, pero en esta ocasión había estado tan cerca que incluso sintió cómo las lágrimas dejaban de presionar contra sus párpados y el nudo de su garganta se desvanecía…

Vino a su imaginación la posibilidad de haberse quedado dormido.

“¿Fue un sueño? ¿Y si todo esto es mi imaginación? ¿Y si no puedo desaparecer así? ¿Y si jamás pudiera lograrlo?” se preguntó.

Rompió en llanto. Se puso de pie y se metió corriendo a la casa.

Pero lo que Aru no supo fue que una estrella, al final de la galaxia, se cubrió un par de segundos por una llama tan joven como él y desapareció entre los retazos de un sueño que jamás sería cumplido.

15 de mayo de 2009

Espíritu de mi obsesión

Otro "cambio" de estilo. Obviamente, la fotografía fue robada del deviant... Algo... difícil de comprender (el texto, no el robo), pero con un poco de intuición y relación con el título, sobra la explicación. ¡Comenten!

Espíritu de mi obsesión



Ruiseñor del alba destrozada,

Temeroso de mi ausencia,

Canta tú al rojo final de los nocturnos,

Finaliza ya todo éste oleaje de emociones.


Anda ya, ¡mata mis sueños!

Déjame salir de este cielo que es tu cuerpo.

Ya abandóname o déjame llorar.

¿No lo sientes? Si trasnocho es por ti.


Derrapando entre moléculas de ti estoy.

Flotando entre polvo de tus pláticas.

Caminando hacia el último amanecer.

Estoy tratando de volar muy lejos.


Y tú, pájaro gris de abundantes alas rojas,

Que no me dejas ni alejarme ni acercarme

Me dices que te tengo que tener.

¡Que jamás podré de ti escapar!


Traicionar mis pensamientos.

Dejar el amor.

Hablar y dormir para no llorar.

Todo por ti.


Amainando, el decaimiento de mi estado, está.

Pareciese que el tomate, rojo vuelve a ser.

Y ¿quién me impide escucharte susurrar?

¿Quién quiere que te deje?


Aún teniendo el miedo de morir por ti,

No podría dejar de amar

Cada paso que tras de mí das.

Cada palabra que me robas al besarme.


Besos dulces de oxígeno,

Como navajas que mi esencia arrancan.

Dejan la sangre de mi libertad correr.

Agua pura de creencia impía.


Te miro. Me apuñalas.

Te invito. Me desangras.

Te tomo. Me corroes.

Te dejo. Me capturas.


¿Cómo me deshago de ti?

¿Cuánto tiempo más viviré así?

Y ¿cuándo acabará éste eterno atardecer?

Rojo sangre, rojo muero.


¡Ácida tu sonrisa es! Y sin ella yo no soy.

Ojos de seducción y de magma desensibilizado.

No quiero dejarte.

¡Ya déjame!

14 de mayo de 2009

Mis últimas dos páginas

Otro texto creado para la clase de creación literaria (valga la redundancia). Imágenes robadas. En ésta ocasión el texto surgió de... algo como un juego: Ruleta. Empezamos escribiendo lo que quisiéramos, luego la maestra decía una palabra o frase difícil de introducir, cada determinado tiempo, y nosotros debíamos meterlo en el texto, que estuviéramos escribiendo, sin que sonara forzado. ¡Comenten!

Mis últimas dos páginas



–Páginas. Miles de páginas se muestran ante mí. Son cientos tras cientos, muchísimas, todas en blanco, pero todas llenas. Yo escribí todo lo que en ellas hay, pero no hay nada ya.

–Todo comenzó en el primer lunes de mi existencia, cuando mi madre me entregó a las frías manos de aquel maldito que me dio mi primera nalgada. Esa fue mi primera página. Y entonces significó mucho, pero ya no la puedo leer… no sé dónde está…

–La siguiente página que logro encontrar es quizá la setecientos cuarenta y seis, en la que me vistieron por primera vez… no sé dónde quedaron todas las descripciones de las vestiduras, pero sí, mi prenda íntima era un pañal.

–Puedo decir que la siguiente es como la siete mil, pero dudo de la veracidad de esto. Con las suspicacias de mis compañeros y sus cuchicheos sobre mí, me encontré por vez primera en la primaria. Mi madre, para entonces, cayó bajo tierra. Mi padre dijo que incinerarla no sería lo mejor. Y ahora pienso ¿qué hubiera sido más ameno que tenerla en una vasija sobre la chimenea para hablarle aunque ya no estuviera? Fueron tristes tiempos.

–La página quince mil doscientos trece la guardo bajo llave. Es cuando mi primer beso tuve. Jamás lo olvidaré: cerré los ojos mientras estrellas fugaces volaban por arriba de nuestras cabezas.

–Después llegué a mi adolescencia. Y en la veintitrés mil doscientos cuarenta y pico tuve mi primer choque en el carro de mi padre. Nos volcamos, culpa del alcohol. Fuimos a dar al hospital. En cuanto llegué, así, sin anestesia, me abrieron el tórax para detener el sangrado interno. Recuerdo haber vislumbrado cómo los doctores luchaban por salvarnos en la sala de urgencias mientras suplicaba a Dios, una y otra vez, “Que Dios nos guarde de la muerte”.

–“He resucitado” exclamó Darío cuando despertó nueve mil páginas después. Supongo que estar en coma no fue lo mejor para él, pero, sin duda, regresar al mundo tampoco lo fue.

–A mis cincuenta y ocho mil páginas exactamente tuve que hacer esa decisión. Todos decían que no lo hiera, que sí lo hiciera, que era muy pronto, que era el momento justo; sólo voces sin rostro para mí, pues yo, aún así, me casé. Aunque no con ella… sino con “la otra”… cien páginas después.

–Cúlpenme de infiel. Pronto vino el divorcio.

–Surgieron nuevas complicaciones en mi vida cuando decidí dejar mi profesión de contador para dedicarme a la escultura. La vida, supongo también, da oportunidades… pero no facilidades. Eso sucedió a mis sesenta y dos mil páginas más o menos... después de trescientas páginas me rendí… y sí, mi novia casi me decapita.

–Luego, al fin, y por obra del destino, encontré mi viernes. Y descubrí que el viernes no es el final, hay meses por delante. Meses que pueden parecer tenebrosos. Pero ese viernes, y a mis escasos setenta y dos mil páginas desfilé, si bien no en el carro nupcial, sí en el funeral. Toda mi familia y amigos siguiendo el coche negro mientras yo cruzaba el túnel.

–Debo admitirlo, los nombres propios que les puse a mis tres hijos pudieron haber sido unos más memorables, pero aún así los amé con todo mi corazón y siempre los recordaré… y estoy seguro que serán grandes personas en la vida…

–Pero todo esto no es para conocer mi semana, ni su fin. Todo esto lo digo porque ahora, que estoy de costado sobre mis últimos renglones, siento que todo este libro, mí libro tan largo… está vacío… en blanco… ¿Quién fui? Me pregunto ¿Qué logré? ¿Quién sabe si valió la pena?

–Mi salvación, mi amor y mi experiencia no encogen mi dolor ni alivian mis dudas. Estoy solo para continuar y quisiera que no fuese así… Ahora sólo escucho silencio. Ahora, solo, escucho silencio.



Veneno

Un texto para el taller de creación... luego lo corregiré... ahorita sólo quiero publicarlo. En éste texto, la idea era narrar la historia con un narrador en tercera persona y que este narrador se centrara en el punto de vista de uno de los personajes y no fuera un narrador omnisciente. ¡Comenten!

Veneno


El oxígeno parecía escapar de él, huyendo lejos para dejarlo sin aliento. Bien sabía que era esto sólo la imagen creativa, que su mente le hacía construir al seguir esperando que Rocío llegara. Cada segundo, que en la realidad transcurría, parecía fluir tan lento como un río que se está secando.

Se escondía de la luz de luna que se lograba filtrar por una de las ventanas. Sabía que con el ligero velo de la oscuridad no le bastaría para hacerse invisible, así que se metió en una habitación del primer piso.

Se remojó los labios. Su mano ya tenía el mango del cuchillo apretado, listo para el baile con la piel de su anhelada. Una sensación de hormigueo corría por su piel al imaginarse persiguiendo a Rocío.

Sabía que, al llegar, Rocío entraría por la puerta principal cargando su abrigo, dejaría el abrigo en el closet antes de cerrar la puerta. Luego acudiría a la cocina a tomar algo que le relajara. Lugo de unos minutos iría su habitación, en el segundo piso, revisaría sus mensajes en el teléfono, después encendería la televisión para escuchar las noticias mientras se desviste. Luego se lavaría los dientes e iría a la cama sin cenar. Era la rutina de los martes que él había observado desde hacía ya meses. Justo cuando ella estuviera cambiándose de ropa, él atacaría.

Escuchó el ruido de un motor y las llantas estacionándose. Sintió cómo los pelos de la nuca se le erizaban y la piel se le enchinaba.

El agudo rechinido de la puerta penetró en él excitándolo incontrolablemente. Un aroma a fresas fue llevado por una ráfaga de viento hasta sus fosas nasales. Escuchó cada paso, cuando abría el closet para dejar el abrigo, y su camino hacia la cocina.

Algo cambió entonces. Escuchó atentamente mientras el líquido era vertido en un vaso de vidrio, y luego de untar de minutos cómo el vaso caía al suelo rompiéndose. Luego escuchó a Rocío toser, muchos objetos golpeando el piso y finalmente cómo ella tropezaba y caía.

Salió de su escondite y se dirigió a la cocina. Rocío yacía allí. Inerte. Era más bella de lo que él podía creer. No había podido ver esa tersa piel y esa sensual figura los días anteriores.

Se puso en cuclillas entre el desastre que había en el suelo. Seguramente ella lo había causado mientras buscaba algo. Le tocó la yugular buscando información. Estaba muerta. Seguramente alguien la había envenenado.

La frustración penetró en él cuan cuchillo en mantequilla. Era su víctima, ¿Quién se había atrevido a quitarle la posibilidad de ser él quien la escuchara gritar suplicando por ayuda?

Suspiró calmándose. La impotencia mezclada con decepción le invadió.

“Será mejor escapar” pensó mientras quitaba sus huellas del cuello de Rocío con un pañuelo.